jueves, 15 de septiembre de 2016

Ropa al Sol

Aprovechando, querido Chindas estos días de sol, la colada se hace cada vez más frecuente.
Ropa recién lavada, colgada en la cuerda del patio se mece y observa. Colores y trazos se balancean en la paleta del aire y al espacio pintan con suaves pelos de marta.
Vaivenes de columpios en recreos regalados. Pinzas protectoras de caídas, mangas invertidas con puños abotonados al descuido. Pañuelos sin nariz cerca; interiores camisetas de algodón blanco.
Parque revoloteado y movido por la brisa. En la distancia del colgador al suelo, un gato y unas hormigas pasan.
Rayos de sol se fijan en la frescura del agua que escondida llevan las prendas. Éste se sienta junto a ellas y espera, su sed no es tanta, ya llegará el momento de esa gota impaciente que llamará a la otra y… a esa otra, para caer en sus labios y así se secará la ropa.
Manos tibias cambian de posición los pantalones de la otra cuerda, lo de arriba abajo; cremallera abierta riendo. Nuevas sacudidas del aire, pinzas en estado de alerta.
Los palotes de los lados, cual pasmarotes anclados, siguen sujetando las cuerdas del tendido con la fuerza de sus brazos.
Pintura naif del corral con gallinas picoteando. Migajas de pan en el suelo del mantel desprendidas en el sacudido diario, a los pájaros llaman. Jolgorio de trinos alimentados.
Brocal del pozo lleno de flores, adornando.
En este boceto del patio o corral donde tu habitas, mi querido perro, la belleza de lo sencillo y cotidiano te envuelve. Desde la puerta de la casa te observo y corres a mi lado. ¡Guauu…! me dices y con gran cariño te acaricio

jueves, 8 de septiembre de 2016

¡UF, EL CALOR!

Cuando el blanco del folio me mira impaciente por ver lo que voy a escribir en él, se me agolpan los temas de los cuales estamos saturados los españoles.

No, mi querido Chindas, no vamos a caer en la tentación de remachar el clavo de la política. Tú y yo vivimos en la lejanía, donde la ambición no llega, donde nos examinamos las manos cada noche y siguen en su estado natural mañanero tras la ducha.

¡Uf, el calor! ese maravilloso elemento tan agradable en invierno cuando nos visita y tan molesto cuando es invitado a la fuerza y no pone fecha de vuelta a su horizonte; muy al contrario, saca su paleta de pintor y sigue y sigue acentuando los colores del verano. Sudor en el lienzo de la vida que rechaza el exceso y baja las persianas dando a entender su incómoda presencia.

Junto a la maravillosa claridad que nos aporta este sol de “justicia”, está la sombra benefactora, refrescante, serena y acogedora. Muchos adjetivos más se pueden añadir en un día tórrido, cuando divisamos un árbol durante un paseo, cuando un alero te llama invitándote a cobijarte bajo su tejado; caliente fachada con ese velo negro que mitiga el fuego de esta estrella adosada durante horas a ella.

Ojos del astro rey mirando sin sofoco en el rostro ardiente de su esfera. Ojos que no dejan que las lágrimas de las nubes refresquen la tierra que en cada ocaso silencian tu luz. Viento con tímido vuelo acariciando los brazos desnudos que esperan el frescor de la tarde.

En vano miramos los hilos de algodón que aletean por el cielo con la esperanza de que se tiñan de oscuro sabiéndolas llenas del agua esperado, pero… es ilusoria su preñez.
Chindas, tú a pesar del abrigo de piel que no te quitas nunca, parece que el calor no te afecta, pero cuando te tiras al agua tras una rata o pececillo, sales gozoso del chapuzón. Grato frescor que anonada al mismo sol.


Me abanico con soltura meciendo al aire, renglón de brisa gritando libertad de fresca serenidad. El calor se retira por unos instantes y la esperanza renace vislumbrando el placer de la lluvia.¡ Guauuu…!

sábado, 3 de septiembre de 2016

LA TRILLA DE GARBANZOS

Cuando hay un acontecimiento como éste, del pasado hacer de los labradores, la alegría vuelve al lugar atrayendo a visitantes. Los garbanzos saltan entre las pajas y el trillo, su cabeza dorada revolotea chocando por los bordes de la parva y el polvillo que el aire se empeña en ocultar.

Bolitas con perspectivas de cocido son solaz en la mesa. Recreo rural en cualquier mesa e incluso en sofisticadas cocinas de ciudad. ¡Ah! los pueblos, cuántos y sabrosos paladares guardan en sus recetas culinarias de las abuelas, pueblos a los que se les retira el saludo en invierno mirando con cierta “pena” a los que vivimos en ellos, me refiero a los pueblos pequeños.

Volvamos a la trilla, esta vez era Mundo, nuestro vecino, el que soltó los fardos donde llegaron abrazados a la era desde la tierra en que nacieron; ¿a morir? No, a regalar su bondad a las ollas. Música y algarabía en las manos de los niños a los que les hacía ver en la palma de su mano, la graciosa naricilla que estas legumbres tienen; sin ojos ven y cosquillean en el corazón de quienes los acarician jugando con ellos.

El bufar del tractor, nada parecido al de los animales que entonces arrastraban el trillo, resoplaba mientras hacía círculos sobre el blando lecho de los garbanzos. La bielda aclarará ese rumor al caer en los sacos y quedar listos para el envasado. Familia abrazada, apretujada con cariño, con recelo en algunos, con amorosa cercanía para otros. En el campo se miraron esperando este momento, lloraron con la lluvia pero también bebían ese néctar que les caía del cielo y les hacía crecer. ¡ Oh dichosa cercanía!, bendita trilla y acribado. Ilusión chocando esa naricilla mencionada. Saludo esquimal en un saco de arpillera.

Garbancito, garbancito, dónde estás que hoy no te he visto…, jugábamos cuando éramos chicos. De nuevo reímos con esta estampa de verano tardío. Gracias Mundo por este regalo al pueblo.


Garbanzo blanco o negro en un mismo horizonte, separados en la olla y juntos en el cariño. La noche y el día caminan de la mano, los pájaros cantan a la aurora y las estrellas hermosean el universo. Garbanzos blancos que se cocinan y negros que les da valor. ¡Olé al sabor rural, a las legumbres y los cereales, a los labradores y a los moradores del campo!. ¡GUAUUU…!