Flores de invierno, etéreas como el frío o blancas con gotas
de rocío; hierbas infantiles cubiertas de escarcha y capullos que no llegan a
abrir señalando el rosal.
La nieve llega, pero mil flores silvestres germinan bajo ella
y aparecen de pronto poniendo sus notas de color en el paisaje. Quién no conoce
el acebo, el romero o la lavanda, los pensamientos…, por mencionar algunas.
Belleza en paisajes abandonados, en jardines ausentes a la mirada cotidiana.
Sin ser contempladas por las masas que hibernan en estas
fechas en sus casas- residencia de la ciudad, bulle en estos parajes de frío y
soledad otro mundo paralelo que sigue enriqueciendo la flora humana. Próxima a
la chimenea o calentando los pies y el cuerpo en la gloria romana, podemos ver
a través del corazón a la anciana que con agilidad increíble mueve sus manos
haciendo pañitos a ganchillo, que tal vez nadie use ni valore, pero ahí está
atrapando la delicadeza de la labor para gozo de quienes admiran la poesía de
sus manos.
Otra flor de incalculable valor son esas manos rugosas que
hojean las páginas de un libro, llevando a sus ojos a jardines colgantes de
aventuras, novelas o ensayos. Rural viaje a la literatura que expande el
horizonte de su “descansada” vida de persona jubilada muy entrada en años.
Mecedora batiente al calor del hogar.
De nuevo la flora invernal sale a nuestro encuentro por
caminos de tierra prensada por las heladas, pies adornando con sus huellas esas
sendas en el paseo diario.
Flores de la noche que yacen en recuerdos del ayer festivo y
vivido con amor familiar o amigo. Flora de entrañables colores grabados con el
cincel del tiempo, que provocan deleite en el visitante, en el admirador de la
sensibilidad que subyace en cada habitante de zonas sin futuro, por la incultura
de los valores que bajo la nieve del invierno siguen germinando y no se
detectan. Espectacular aroma de aire limpio.
Colorido de invierno,
flora enmarcada en la luz que irisa la escarcha y viste de delicadeza la
campiña.
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