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Fotografía: Juan Tapia |
Chindas, como ves, los humanos
ponemos un día “festivo” al año de todo aquello que a unos u otros da motivo de
recuerdo o remembranza.
Con tanto avatar negativo que la
humanidad padece, me parece genial que se celebre el escondite de la poesía en cada rincón de la vida. Tener ojos para
ver cuando el dolor aflige, descubriendo el encanto que habita a nuestro lado,
es maravilloso y actúa de sedante. ¿Quién no recuerda algún poema que aprendió
en la infancia y gusta recordar? Estamos en primavera y Bécquer nos dice: volverán las oscuras golondrinas en tu
balcón los nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales, jugando llamarán...
Tantos y tantos poetas han dejado
huella y, otros, siguen marcando la espiritualidad, lo cotidiano vestido de
etéreo, que merece la pena tener un libro de este género en la mano y gozar de
palabras ajenas y de los sentimientos sublimes de la elegancia poética.
Si el paisaje está árido, una
florecilla asoma sus pétalos diciéndonos que hay belleza en el interior y, si
la tormenta oscurece el cielo, surge un rayo pequeño de sol que nos habla de
esperanza. Lenguaje enaltecedor de la prosa.
Rodeados de signos del Amor con
mayúscula, escenificado en plantas, hechos, pensamientos llenos de ternura y
sensibilidad, es positivo empezar a gozar de nuestras propias emociones
“literarias”. Todos llevamos dentro el duende, la musa de los gestos poéticos,
expresados o no, pero sí sentidos. Reflexiona y verás cómo salen a la luz, a la
tuya, esos versos no escritos de tu interior.
Ríe la espiga cuando el sol la acaricia,/ sueña el aire con mimar al
mundo,/ canta la aurora el amanecer con templanza/ y en tu corazón anida la
alegría /si dichoso sabes expresarla.
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