![]() |
El cuarto, hizo la foto |
Orlando la amistad, los cuatro
amigos se dirigen a la montaña palentina. Sabor a aventura, a libertad
compartida en las alturas. Ascenso ilusionado intentando tocar el cielo.
Pisadas firmes, sin huellas por
la sequía, van aportando al sendero la vida del soñador que busca su encuentro
con la naturaleza elevada. Si la meta es la cima, su camino es arduo y a veces
fatigoso; son jubilados y la energía de años atrás va disminuyendo, pero el
anhelo de la hazaña les da ímpetu para seguir.
Pausas para contemplar el
paisaje, observar las vaguadas, la vegetación, las aldeas diminutas que
aparecen en la lontananza de los valles. Aire puro para los pulmones, alegría
interior en el reino de la luz.
Cuatro siluetas abanicadas por el
trotecillo del viento se divisan desde abajo. D. Pedro, enamorado hasta los
tuétanos de la montaña, intenta ser el primero en esa fila de ilusión. Maiso le
sigue sin pretender dar alcance a sus sentimientos, mientras Carlos y J.R Lagunilla
conversan y jalonan algunas metas.
Se detienen los cuatro amigos a
respirar las emociones del aire. Invadidos por la magia que la montaña destila,
son transportados a horizontes y conjuros tan sobrehumanos que sus pies se
visten de aromas, de jaras pintadas en el atardecer.
Logrado el primer tramo
programado descienden. La montaña despide sus pasos de ascenso con un
cosquilleo de piedras resbaladizas. En la ladera suena el eco de su animada
charla. Ahora van a cambiar de ruta, los pantanos que están ahítos de sequía,
lloran sin lágrimas húmedas el vacío de sus entrañas. Van a consolarlos con su
añoranza admirando su belleza.
Pueblos que fueron hogar dejan
ver su desnudez; aquellas paredes que resguardaron su intimidad permanecen
firmes en los cimientos, pero derrotadas por el agua que en su día las anegó.
Salir a luz de nuevo las causa dolor ante la mirada curiosa de visitantes. Un
puente con sus ojos abiertos desde hace siglos da una pincelada de color
dejando pasar un hilo de agua azulada por uno de ellos.