Después de semanas sin sol gozamos de días luminosos, pero hemos pasado de temperaturas suaves a fuertes heladas y la sensación de frío se acentúa con el gélido viento del norte. Con todo salimos a pasear comentando lo que nos preocupa. En la última salida, al caer la tarde, no vimos bicho viviente, ni patos, ni conejos, ni perdices, ni tan siquiera tordos. Tuve que conformarme con husmear en las huras de los topillos.
Así que vueltos a casa, y teniendo en cuenta la proximidad del día del maestro, nos rascamos las orejas pensando en que, en la educación, luminosas ideas y normas pueden congelarse y transformar el bullicioso y creativo mundo de los niños en un gélido yermo sin tórtolas, ni perdices. Estamos tratando de perversiones educativas.
¿Quién duda que los muchachos deben alcanzar un nivel de desarrollo, de habilidades y de conocimientos que les permita insertarse como personas activas en el entramado social? Una norma de contenidos mínimos es, pues, algo adecuado y brillante. Aparecen también como adecuados, niveles, calificaciones, aprobados y suspensos, recuperaciones, repeticiones de curso y el graduado escolar.
Así se crean las leyes, los reglamentos, las normas que configuran el sistema educativo, lógico, aunque como todo ordenamiento criticable y perfectible.
El problema aparece cuando la aplicación del sistema fracasa porque surgen las perversiones educativas, es decir lo normalizado para lograr unos buenos resultados revierte en todo lo contrario.
Y una gran perversión, origen de otras muchas es la aparición del maestro justiciero que encuentra la razón de su actuar en la aplicación fiel de las normas.
De esa perversión nace la aplicación de la nota como la justa calificación del nivel alcanzado en la materia por el alumno, cuando es un recurso pedagógico para que el alumno, padres y maestro estimen los prometedores avances y las carencias a corregir con las actividades de todos.
El suspenso arrastra la necesidad de recuperar que lleva al alumno a la ingrata tarea de conseguir en solitario lo que no alcanzó con sus compañeros, perdiendo impulso en las nuevas actividades y preparando nuevos suspensos.
La acumulación de suspensos a lo largo del curso lleva a resultados negativos en la evaluación final y a repeticiones de curso.
El número alto de repetidores de curso, descolocados por la edad, desmotivados y con baja autoestima escolar, intentan destacar al menos por la “valentía” de la indisciplina, repercutiendo en el rendimiento del grupo.
Y como perversión final el fracaso escolar del 35 por ciento del alumnado a pesar de los muchos medios gastados, de la benignidad del profesorado y de colocar los mínimos a un nivel muy bajo.
Estas perversiones son tan evidentes que el sistema intenta remediarlas mediante adaptaciones, atención a casos especiales y creando grupos de diversificación.
El maestro vocacional está más allá de la norma, no porque no la conozca o la desprecie, sino porque sabe que su objetivo es conseguir el desarrollo adecuado del niño y colabora con él orientando, estimulando, proponiendo actividades educativas, evaluando con él sus logros y fracasos y ayudando a superar estos y así casi siempre se consigue que, sin pretenderlo, el nivel que la ley exige, se supere.
El maestro “maestro”, respetando el marco normativo está más allá de sus aspectos constrictivos que no le son necesarios como al buen ciudadano le sobran las normas penales.
Y seguimos esperando no este sol invernal sino el tibio sol de primavera que anuncia la vida.
La educación en el deber
Hace 8 años
Algún "maestro justiciero" conozco, aunque pienso que abundan más los "maestros maestros"
ResponderEliminarCreo que existe otro modelo: el "maestro pasota" que se limita a dejarq eu pasen los días y los alumnos en espera de su "pase" al estado de jubilado, y que los mismo que es "maestro" podría haber sido farmaceútico, dependiente de comercio o lavacoches, con mi máximo respeto para todas esas profesiones. este tipo de maestro hace tanto daño o más que el "justiciero".
ResponderEliminar¡Qué dificil es ser "vocacional"! Spbre todo por culpa de las propias autoridades educativas, que atiborran al maestro con burocracia y normas absurdas que lo atenazan y lo imposibilitan para actuar según su recto criterio.
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