Quienes pertenecemos a la
generación de después de la guerra recordamos a nuestras abuelas, madres, tías
y vecinas peinadas con “moño”. Con elegancia y sencillez llevaban su cabello
recogido hacia atrás formando una ruleta graciosamente liada. Hay que
distinguir el moño de la moña con varias acepciones ésta. Las niñas de la época
indicada jugábamos achuchando con incipiente amor maternal a la moña que los
Reyes Magos alguna vez nos trajeron.
Muñeca de trapo elaborada con
pequeños retales, brazos de palo forrado por manos inexpertas y ojos tan
grandes como eran las lentejas. ¡Una maravilla!
Cuando la vida era recalcitrante
y fastidiaba de lo lindo se oía decir: “estoy hasta el moño”- Tormenta de
desazón, temblores de terremotos ocultos en corazones desalentados, sequedad
del alma en aquellas situaciones de carencia, de incertidumbre, de
incomprensión o de injusticia.
¿Se repite la historia? No, nada
es igual, antes el lujo era desconocido y el bienestar deseado, ahora las manos
que rebosaban apenas sostienen el vergonzante mal uso de lo que presumieron, el
acomodo alcanzado a cualquier precio se está tornando añoranza.
Amigo mío, qué dilema se presenta
ahora a las féminas de este país porque la moda ha ido cortando, alisando,
desmelenando y, digo más, hasta los políticos se regodean de que no podamos
repetir esa muletilla porque “hasta el moño” ha experimentado los famosos
recortes.
Ante ti cabeza teñida, desteñida,
rizada, alisada, alborotada; sin el donaire de las cintas que otrora sujetaban
el encanto para desparramarlo en el lecho y ser acariciado, el peine busca
al amanecer tu enfado o tu sosiego.
Sedosa cabellera de equilibrada
convivencia, de sencillo laborar, de inquietud por la superación, el estudio,
el futuro equilibrado. Con el avance elegante que el viento agita a la vez que se empeña en deshacer la laca o
la gomina de su férrea adhesión, el mundo gira desorientado y la esperanza
hecha un nudo con la garra que se antepone
en su mensaje de DES-esperanza.
Olas de plata abarrancan en la
sima del desasosiego, mientras, a los girasoles les despide la tierra con un
beso de agua recién estrenado tras la inmensa sequía que abortó una gestación
plena.
Luces apagadas, marchitas en una
estación sin alma, en una vocalización de colores. A mi lado curiosidad de
lenguas varias en la estación del Camino que por aquí transcurre. Risas alegres
en castellano entender, bastones que apoyan su andanza, mochila repleta de
¡tantas cosas…!
Fuera del lugar el viento sigue
azotándonos con idas y venidas locuaces.
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