Parados en cualquier esquina del
pueblo el aliento de la calle se posa en nuestro rostro. Sin sol que aureole el
camino tú y yo, mi sin par Chindas, transitamos con un gozo pausado, relajado.
Como siempre que hueles a libertad fuera del patio, oteas hasta los nimios
murmullos de las hojas otoñales que
resbalan por el suelo al vaivén del aire, por si algún felino callejero osa
invadir el espacio común del terreno que pisamos.
Observamos
con placer el humo de la chimenea de una casa próxima, algún vecino está
caldeando su casa y este detalle nos reanima, no estamos solos. Con la belleza
en nuestra imaginación plasmada, vemos como cabalga esa nube cenicienta sobre
los tejados antes de remontar el vuelo hacia el infinito cielo; en silencio el
humero se deja acariciar por los gases de la combustión de las pajas o maderos
que abajo arden.
El
sitio quedo, quieto, retiene las pisadas alegres del verano, del vecino que
llega y se va; en voz baja nos hablan para no despertar ese sentimiento habituado
de quereres alejados y nuestros ojos revolotean por el entorno con la alegre
sensación de esas compañías compartiendo en la distancia estos aires y esta
paz.
Historias
y leyendas aún se escuchan junto al rescoldo del hogar queriendo asir el pasado
antes que la tele borre por completo su riqueza incomparable, esa narración
vivaz y sugestiva, inventada muchas veces pero dicha con tanta pasión que el
oyente se adentra con facilidad en ese mundo no vivido. Teatro al fin de la
sencillez bordada en oro.
Como
ves, Chindas, nuestro paseo de hoy nos aleja de la algarabía de las noticias
nacionales o internacionales, de la actualidad quebradiza que nos muestra los
trozos de la bandeja rota. Sigamos pues con nuestro paseo, ven , te quito la
correa y puedes perseguir a tu imaginación por los campos un buen rato,
mientras yo leo un poco por el camino.
Quedo
quedito queda el sitio de los arrabales en su magnífica soledad creativa.
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