Es frecuente, mi querido Chindas,
oír a los jóvenes de hoy día cuando hablan de sus padres llamarlos papa
o mama. ¡Qué barbaridad en boca de un adulto!, decía S. Pablo (1ª Cor.
13) “cuando era yo niño hablaba como niño, pensaba como niño..., cuando llegué
a adulto desaparecieron las cosas de niños.” Qué pasa en nuestra sociedad que
se empeña en no salir de la infancia o echar por tierra el más bonito y
entrañable vocablo de nuestra lengua como es padre o madre.
Supongo
Chindas que si tu fueses un perro “muy moderno” dirías ¡guay! en vez de ¡guau!
y todos tus congéneres se asombrarían de tu infantil y poca cultura canina, de
modernismo callejero y de la fuerza de tus ladridos echada a perder. Así pues,
amigo mío, me pasa a mi cada vez que oigo nombrar así a sus progenitores a
personas culturalmente educadas. Pero fíjate en otro término que sí admito:
mamá o papá. ¿Diferencia? por supuesto, el acento da énfasis al cariño
pronunciado, sale de la infancia para adentrarse en la profundidad de la
madurez lingüística que abraza.
Recuerdo
que en Sudamérica la palabra papa se aplicaba a la patata y mama es igual a
teta. ¿No es un poco malsonante llamar con esta connotación a seres tan
queridos? Sé que muchos de nuestros lectores no estarán de acuerdo con cuanto
pienso pero si reflexionan un poco me darán la razón. Los niños balbucean en
los primeros meses, en el idioma que sus allegados les enseñan, pero ningún
españolito/a dice mama, sino ma-má o pa-pá ¿no es así?.
Regalo de la infancia es el mimo,/los brazos que le
acunan,/ el pecho que alimenta acariciando, latiendo al unísono./Voz que enseña
elaborando el lenguaje de la vida,/ que perpetúa su umbilical unión y orienta
en paisajes desconocidos,/ para que su edad crezca y su dignidad sea admirada./
Maravillosos años que si no evolucionan, quedan al margen de la edad adulta.
Chindas,
como el mensaje, para que llegue ha de ser breve, alabemos a quienes
tengan el propósito de que en nuestra España el idioma mantenga su pureza y con
cariño hablemos con propiedad.
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