Chindas, no insistas ni rabees a
mi alrededor, es día de caza y no puedes salir a correr por el campo, ni
siquiera por el pu
eblo, que te conozco bien y un gato o una liebre aceleran tus
neuronas. Hablemos pues del huracán que ha azotado estos días Filipinas. Sé que
a ti te suenan muy lejanas y desconocidas esas islas que forman un gran
archipiélago más próximo a China que a España, desde luego, pero como somos
amigos tienes que escuchar mis pensamientos como yo pretendo participar de los
tuyos.
Eolo,
enfurecido con Neptuno por aquella partida de mus que le hizo quedar en
ridículo con sus amigos, ha empleado su poder lanzando contra él todo el veneno
que sus pulmones almacena sin medir las consecuencias que a terceros afecta, en
este caso a los habitantes de esa zona.
Lágrimas de estrellas que a voces piden bajar del tobogán
de la furia del viento y el mar/; manos invisibles se aferran al dolor
estrujando aún más su desesperada huida.
Páginas con imágenes doloridas nos llegan con la
noticia, gritos de escombros sepultando esos otros que silenciosos quedan.
Búsquedas del cariño perdido en la confusión, brazos en alto reclamando
sosiego, pisadas tambaleantes en el vertedero en que se han convertido sus
casas y calles. Dolor con mayúsculas que trae y lleva sin rumbo a salir del
infortunio. Desde la distancia sentimos la impotencia para detener a esos
dioses del Olimpo y lamentamos lo sucedido uniendo nuestro pequeño esfuerzo en
solidaridad con los humanos afectados.
Sí,
Chindas, el corazón de nuestro ser puede ser cruel, egoísta, falto de
sensibilidad en todo aquello que nos contraría como en este dios del viento,
pero también posee la bondad, mansedumbre, generosidad... y, sobre todo, la
capacidad de amar en la cercanía y en la distancia.
Miles
son las victimas de tal tragedia y los supervivientes necesitan alimentarse,
vivir.
Islas
con dolor acumulado, multiplicado, el mar borró sus orillas, las playas dejaron
de ser gozo y solaz, el cielo ocultó su belleza tras la furia del aire. ¡Ay,
efímera estancia perecedera del placer! ¡Ay, niños, cuya risa se arrastra
intentando encontrar una mano que les devuelva su crecer fuera de esta mutilada
infancia.!
Lloran las islas las sonrisas idas, las ilusiones
anegadas, el cántico desoído, el vivir recreado. De la triste realidad brotará
de nuevo la esperanza y emergerán los corales hasta alcanzar la cima y el sol
iluminará su belleza balanceándose en las cañas de azucar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario