Chindas, ahora que nos han dejado
solos los “veraneantes” y nuestros pasos resuenan en las calles lavadas por la
lluvia y exentas de macetas en sus fachadas, hablaremos de la inigualable
dormición de los sonidos, de la vida musitada de los pocos vecinos que poblamos
municipios menores de cincuenta habitantes. Ayuntamiento propio en nuestro
caso, pedáneos otros muchos, con más
población que en el que tú vives y recorres a placer.
Luci,
a la que tú bien conoces porque siempre te acaricia, es una gran entusiasta del
medio rural y valora cada detalle del potencial de valores que en estos
asentamientos existe, me insta todos los días a expandir el horizonte entre
todos aquellos que se aferran a refugiarse en la ciudad y entre los pasivos que
carecen de ese horizonte en sus pueblos de residencia minoritaria.
Colectividad
dispersa, resignada senitud a la ausencia de juventud en su entorno; vegetar en
sosiego haciendo ramilletes de alegrías visitadas y esperar, siempre esperar,
que la enfermedad pase de largo y todos los vecinos sigamos dándonos los buenos
días cada mañana.
Ramos
de flores en las losas del recuerdo en estos días se han depositado; un año
más, amigo Chindas, la evocación de quienes agrandaban el pueblo y participaban
de nuestras risas se hace presente .
Sentimientos
aparte, amigo mío, vamos a describir algo de lo que hay en un pueblo pequeño.
Bien, en el nuestro el Canal de Castilla es el rey de la otrora “Villa”, del
señorío de Requena, pero “para situarle”, amigo lector, te pido que juntes tus
manos formando un cuenco no muy profundo y lo introduzcas conmigo en las mansas
aguas del Canal de Castilla que se señorea en él en su ramal norte. Trata de
atrapar la luna que se refleja; miles de espejuelos se escaparán de tus dedos y
los que en ellos quedan configuran esta población. Es tan pequeña que sentirás
el deseo y el gozo de pasear tu mirada por sus calles, vivir sus vivencias,
adentrarte en sus sentimientos. Si así haces, rescatarás su alma del lecho del
olvido”. (del libro: Requena : Donde la Soledad se viste de Luz.)
Sigue
existiendo el abrevadero, desapercibido para el visitante, pero el mismo libro
nos revela su encanto:”Sonido del agua que cae por ese reguero abierto; que
tintinea y galopa del canal al abrevadero. Lapislázuli engarzado en fino collar
de plata. Gargantillas desprendidas que al pilón caen y éste recoge en su seno
embelesado de tener en él tanto aguinaldo, tanta frescura...”
Muchos
son los rincones que se atesoran en estas aldeas o municipios pequeños, cada
detalle cuenta y cada observador es “alguien”, su presencia es personalizada,
no colectiva, y acogida con la naturalidad de una amistad naciente.
Chindas,
no podemos extendernos más sobre estos “Campos de soledad, que ves ahora...”
donde habitamos, y terminamos invitando a quienes buscan paz, creatividad y
silencio a que nos visiten.
No hay comentarios:
Publicar un comentario