jueves, 31 de octubre de 2013

OTOÑO EN EL JARDÍN

Añoranza de placeres olvidados. Semilla resguardada en la mano sin abrir, peregrinar de los últimos rosales hacia el suelo donde les esperan las manos suaves de la hierba renacida. Viento de luces matutinas, cristalinas, alternan en su vaivén con la solanera de la tarde.
Así empezaban hoy mis sentimientos, querido Chindas, cuando en el alma parece aflorar una  sonrisa, el azar vuelve a derramar lágrimas. Ayer fueron sentencias, desasosiegos, hoy la mina.
Mundo de humanos sordos al clamor sosegado de perfilar los sueños de placeres cotidianos, sencillos, tintados con el color de las flores que aportan belleza a cuantos nos rodean.
Sí, mi fiel amigo, hasta estas soledades nuestras llegan las lágrimas, ¿ajenas?, nunca hay dolor ajeno que no retumbe en todo el orbe; periferias aparte de incontrolable soberbia.

            Gotas furiosas de lluvia, al sol sonrojan,/ pasividad dolida de las montañas que calladas matan,/ quereres que alimentan la risa perecen sin terminar de cumplir sus sueños/.

Paladino saber que arrincona en las murallas de la vida el inexorable tic tac del reloj de la misma proclamando la necesidad vital de respirar paz.
Qué suerte tenemos, querido Chindas, los que vivimos “en esta apartada orilla donde más clara la luna brilla y se respira mejor”, parafraseando a Zorrilla. Tú y yo sabemos, querido confidente y expectante compañero de la familia, que el privilegio de los pueblos pequeños es tener tiempo para adentrarnos tanto en el mutismo del grito como en el silencioso sendero de la felicidad sin pretensiones de ostentación.

La noche se ha adelantado antes de terminar esta página y oigo tu ladrar a las estrellas, sé que tu voz no callará hasta que toque la luz que las hace brillar. Algún día imitaré tu intención. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario