Añoranza
de placeres olvidados. Semilla resguardada en la mano sin abrir, peregrinar de
los últimos rosales hacia el suelo donde les esperan las manos suaves de la
hierba renacida. Viento de luces matutinas, cristalinas, alternan en su vaivén
con la solanera de la tarde.
Así
empezaban hoy mis sentimientos, querido Chindas, cuando en el alma parece
aflorar una sonrisa, el azar vuelve a
derramar lágrimas. Ayer fueron sentencias, desasosiegos, hoy la mina.
Mundo
de humanos sordos al clamor sosegado de perfilar los sueños de placeres
cotidianos, sencillos, tintados con el color de las flores que aportan belleza
a cuantos nos rodean.
Sí,
mi fiel amigo, hasta estas soledades nuestras llegan las lágrimas, ¿ajenas?,
nunca hay dolor ajeno que no retumbe en todo el orbe; periferias aparte de
incontrolable soberbia.
Gotas furiosas de lluvia, al sol sonrojan,/ pasividad
dolida de las montañas que calladas matan,/ quereres que alimentan la risa
perecen sin terminar de cumplir sus sueños/.
Paladino saber que arrincona en las murallas de la
vida el inexorable tic tac del reloj de la misma proclamando la necesidad vital
de respirar paz.
Qué
suerte tenemos, querido Chindas, los que vivimos “en esta apartada orilla donde
más clara la luna brilla y se respira mejor”, parafraseando a Zorrilla. Tú y yo
sabemos, querido confidente y expectante compañero de la familia, que el
privilegio de los pueblos pequeños es tener tiempo para adentrarnos tanto en el
mutismo del grito como en el silencioso sendero de la felicidad sin
pretensiones de ostentación.
La
noche se ha adelantado antes de terminar esta página y oigo tu ladrar a las
estrellas, sé que tu voz no callará hasta que toque la luz que las hace
brillar. Algún día imitaré tu intención.
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