Antes de que el reloj marque las
cinco de la mañana, mientras tú, Chindas, duermes en el mullido colchón de paja
que tú mismo te has fabricado entre los fardos que hay en el patio haciendo caso
omiso de la bonita caseta que te fabricó tu socio, mi mente vuela y revuela
dando a la noche unas pinceladas de color. La navidad se acerca y hay que
pensar en el belén que vamos a exponer este año, más tarde se entrecruzan
sugerentes actividades. Los minutos pasan y los ojos se niegan a bajar los
párpados así que miran expectantes a la noche recluida en el dormitorio.
Delicioso reencuentro con la vida ida y venidera.
Amanece
y por esta idea genial de comunicación virtual me llegan unas diapositivas
fabulosas. La belleza de paisajes desconocidos se posan en mis ojos con la leve
suavidad de una pluma caída del nido de la misma belleza y esa emoción que
fecunda la naturaleza me apresa con sus manos.
Poseída
del placer otorgado, me acomodo en la lectura hasta que la luz del alba me
invita a las tareas cotidianas. Horas de ideas creativas personales, ajenas,
con proyección a compartir, con satisfacción de ser objeto de depósito de quien
o quienes me exponen las suyas. Luna creciente que ocultando tu sonrisa,
distraes pero insinúas; serás llena en la medida en que compartas la
plenitud de tu sabiduría y la noche aportará al descanso, al sueño, el regocijo
de la armonía.
Mediada
la mañana un afilador llama mi atención con ese sonido familiar de infancia que
en los pueblos era frecuente oír, esa musiquilla dulce y personalizada del
oficio. Unas tijeras de costura abren boca a la muela de afilar y ambas
desprenden chispitas de alegría. Bonito cuadro en desuso pero que mantiene la
inocencia de un trabajo honrado. Ideas que dan pan a la vida.
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