Es
frecuente oír decir “qué inteligencia, qué cabeza tiene, qué corazón tan
generoso, o es un atleta maravilloso, o un músico con un oído extraordinario” y
así se van desgranando esos aspectos llenos de dones del ser humano y... las
manos ¡qué! No es que quiera que nos fijemos en su estética porque todas,
alargadas, rechonchas, cuidadas o descuidadas, son algo más que simples figuras
decorativas de nuestro cuerpo.
Las
manos son el compendio de todos los valores que poseemos. Ellas son las primeras
portadoras del recién nacido, las que acarician, las que sirven indistintamente
al rico y al pobre. Creo recordar de algún escrito de San Agustín en el que
sitúa a las manos en el vértice de la caridad, observando que si el cerebro
registra que te has clavado una espina en un pie, por ejemplo, inmediatamente
las manos acuden a auxiliar a la zona herida; su atención es tal que no
escatiman en esfuerzos hasta aliviarla; así una y otra vez tantas como sean
necesarias su disponibilidad es algo digno de mención. Un apretón de manos de
saludo amistoso, nos transporta a la esfera del sentimiento, al agradable
reencuentro con la armonía. Si nuestro pesar es grande y las lágrimas fluyen
sin cesar, ellas, las manos, acercan ese pañuelo de comprensión y cercanía que
comparte y quiere secar las mismas para alivio de los ojos y del espíritu.
Manos encallecidas por el trabajo que alimenta la
familia./ Manos que sostienen la debilidad del anciano,/ manos débiles de niños
que se aferran a las del adulto buscando seguridad,/ manos que acarician dando
sosiego./ ¡Cuántos adjetivos podemos aplicar a estas extremidades tan poco
valoradas! Piensa en ellas, querido lector, y alaba conmigo este regalo tan
estupendo que nos ha sido dado.
Cuando
las alabanzas que mi mente elabora para escribirlas quieren ser un cántico, leo
en la prensa la cara oscura de esas otras que sólo sirven para envenenar,
portar armas, maltratar … ¡Ay Chindas, mi perro amigo!, afortunadamente tu sólo
conoces la suavidad de su tacto sobre tu lomo y, aunque pueda hablarte de
violencia, tu mirada no es capaz de captar ese desatino. Terminemos hoy nuestra
página deseando que a partir de hoy todas las manos del mundo sean, como dice
el cantar, palomas de la paz.
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