Cuando las creencias religiosas católicas van sumergiéndose en el temblor de la noche y largas filas en la carretera huyen de rezos y recordatorios, tambores ensayando devoción suenan en la ciudad para placer de unos y malestar de otros.
¡Tram, tram...,tracataplam, tracatapalm...! Voces de sonidos broncos con color de tinieblas inundan los sentimientos contrapuestos de la población. Aquél que trajo la luz y dio sentido al arrastre de los pies por la tierra, vituperado y crucificado por intereses de ruindad, amigos de las tinieblas para el pueblo y de felonía evidente, durante siglos y ya van veinte, ha sido recordada su hazaña con respeto, ha motivado expresiones de agradecimiento por esa claridad de fe compartida en su mensaje de bondad y fraternidad. "Yo soy la luz del mundo" esa luz que tanto nos gusta disfrutar a nivel interior y exterior parece que se opaca poco a poco, por el hedonismo social de las vacaciones.
Procesiones de cofrades emocionados que pasean la amargura de una madre, el dolor de la injusticia que olvida fácilmente el hambre quitado, la salud recobrada, la esperanza entregada, la dignificación de la persona proclamada, los hosannas del día de hoy, para caer en la apatía de las gentes que observan esos pasos. Procesiones recordatorios cotidianos de nuestras propias vivencias, tal vez por eso rechazados, nos sumergen en la evasión. Minusválidos de almas empobrecidas por nuestro propio deseo, ejecutores del pulso que arranca las raíces, generación nuestra que antepone la noche al día.
Semana Santa del ayer que en esta semana empieza/ con visos de Resurrección/. Semana "santa" de hoy,/ sobre el corazón un velo cubre la luminosidad de la Pascua/, somero gozo de vacaciones cortas/ Cambiemos el hoy por el ayer y juntos/ demos a las semanas siguientes de la vida/ el gozo de amar sin medida./
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