Son las seis de la tarde. Estamos en agosto, hace calor y pega el sol. Por la margen derecha del canal caminamos hacia la esclusa de Boadilla. Al salir de Requena el canal debe abrirse paso en la gran loma que separa las aguas que van al Pisuerga y al Carrión. Es el mayor vaciado de tierra de todo el trayecto. Subiendo y bajando la loma no hay ni un árbol ni una sombra y el paseo se hace pesado y fatigoso. Me quejo con débiles gruñidos y me hago el remolón. Me tumbo a la sombra de unos matojos mientras mi socio sigue su camino. Me ha entrado la crisis, pero las circunstancias obligan, tengo que correr un poco para alcanzarle.
Terminada la cuesta reaparece el verdor, los árboles y la gran toja de Valdemorco. Entramos en el mirador de las aves, y mientras yo me tumbo feliz a la sombra él contempla la charca, las lomas de Campos y a lo lejos la Cordillera Cantábrica.
A las siete y treinta y cinco se oye de pronto un rumor intenso, los carrizos de la toja no se mueven, pero los chopos que a nuestras espaldas bordean ambos márgenes del canal se agitan por el viento. Ha surgido el cierzo e instantáneamente se retira todo el denso calor y el sofoco de la tarde.
Habiendo bebido yo en las aguas de la laguna, animosos, iniciamos la vuelta. Ahora, sí, el paseo invita a la comunicación...
Estamos en plena crisis, parece que todo está agostado. La subida de la cuesta es dura, agobiante, espesa, irrespirable. No cesan los lamentos y aunque, tal vez, la estemos ya bajando, qué tentación dejarse estar, tumbarse a la sombra de cualquier mata y seguir rumiando nuestro malestar.
Es cierto que muchos lo están pasando muy mal, como los millones de parados, las dificultades de la economía y parece que nuestros dirigentes nos conducen en una senda de sacrificios sin futuro. No obstante el cauce de la economía sigue su curso; tenemos desarrolladas infraestructuras, empresas agrícolas, industriales y de servicios, tenemos escuelas y universidades y centros de investigación y, sobre todo, tenemos personas no menos formadas ni menos capaces que las de nuestros amigos y competidores. ¿Por qué tanta amargura, tanto desánimo? Por supuesto que la cuesta es dura, los tiempos secos y bochornosos, pero con buen ánimo será más fácil y rápido el llegar a rutas más apetecibles.
No vale la pena quejarse porque nos hayan congelado o reducido salarios y pensiones, ¿es necesaria una huelga general? Si lo es, no puede ser como un lamento supremo de nuestras desgracias. Es muy posible que, como a río revuelto ganancia de pescadores, algunos sectores poderosos intenten organizar la salida de la crisis y el futuro en función de sus intereses y egoísmos y sea conveniente hacerles saber a ellos y a nuestros dirigentes que todos tenemos derechos a la dignidad de una vida próspera y a la participación equitativa tanto en los bienes como en la organización de la sociedad. Que la huelga sea más una posición ante el futro que un lamento sobre el presente.
Animados por el viento del norte que nos da de cara, nos acercamos al pueblo, soñando con empresarios esperanzados y dinámicos pensando más en inversiones y en futuro que en reducción de plantillas y en despidos, con trabajadores orgullosos de su aporte a la comunidad, exigentes en sus derechos porque son responsables en sus obligaciones.
Impulsados por el viento unos ciclistas pasan rápidos cuando estamos a punto de cruzar la carretera.
Buena imagen la del esfuerzo y rendimiento sin ponerse a lamentar de los baches y las cuestas.
La educación en el deber
Hace 8 años
Chindasvinto tiene más razón que un santo. Las cosas están mal, pero han estado peores y hemos salido. Menos lamentar y más arrimar el hombro.
ResponderEliminarRespecto a la huelga, yo pienso hecerla y, desde luego es con esa idea de decir a nuestros dirigentes políticos que hay que dejar de lamentarse y ponerse a actuar
Me encanta que existan "seres" tan optimistas en estos tiempos de crisis y pesimismo social, ¡aunque el optimista sea un perro!
ResponderEliminarYo sin ser tan optimista como Chindasvinto, tembién creo que el pesimismo, la desidia y el esperar que otros nos arreglen nuestros asuntos, hará que la crisis sea mayor y tardemos aún más en supererla. Así que ¡optimistas que no falten!
Me gustaría poder ser tan optimista pero me parece imposible después de q mi empresa haya cerrado y mandado a todos a la calle
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