Nada distinto a lo que pasa entre los humanos que cuando forman grupo crean inmediatamente una serie de relaciones de poder, sumisión, apoyo y dependencia que garantizan la funcionalidad y permanencia del mismo.
Las sociedades en el ámbito político se llaman partidos, y en el ámbito de las relaciones laborales sindicatos y patronales; y los sistemas de relación con los que se controla al grupo se les viene llamando el aparato del partido, del sindicato o de la patronal.
Y son necesarios para que el partido se organice eficazmente en la conquista de su cuota de poder y para que los sindicatos y las patronales tengan la fuerza a la que aspiran en las relaciones laborales.
Pero se produce una dinámica muy curiosa con los aparatos. Por una parte son fruto de la racionalidad y de la voluntad democrática, lo que exigiría estar siempre abiertos al cambio según las aspiraciones y criterios de todos los miembros del grupo. Por otra es instintiva la necesidad de liderazgo y permanencia con una cesión del poder de decisión a través de una urdimbre de relaciones jerárquicas. Difícil equilibrio entre la racionalidad democrática y el liderazgo instintivo y su entramado.
Aunque el aparato es necesario ya ha sido muy estudiado y tiende por naturaleza a hacerse rígido, a anquilosarse y alejarse de su objetivo de servir eficazmente al interés del grupo, persiguiendo más bien su propio interés.
Así acontecen hechos tan curiosos como los que se dan en la actual situación española. Según los sondeos de opinión ni Zapatero ni Rajoy ni el presidente de la patronal responden a lo esperado por la mayoría, tanto del país como la de sus asociaciones, pero sus estructuras de poder se mantienen intactas y ay de quien ose atacarlas, seguro que no sale en la foto; por otra parte hoy se reafirman porque el cambiar de liderazgo generaría partidos sin una dirección consolidada durante un periodo de tiempo, dejando al grupo a merced del adversario en esta etapa de crisis y en las próximas confrontaciones electorales.
Pobre del que fracase en ellas; los que dentro de su partido, la mayoría, consideran que el liderazgo no es adecuado encontrarán motivo para su renovación sin el temor a ser aplastados. Por el contrario, el que triunfe, a pesar de la evaluación negativa de su liderazgo, lo consolidará aunque su triunfo sea en realidad sólo un fracaso menor que el del adversario.
En cuanto a los sindicatos, es evidente que necesitan también un fuerte liderazgo apoyado por un potente aparato para su efectividad en sus relaciones con la patronal y con el poder político.
Lo que sucede es que sus dirigentes y sus colaboradores son liberados del trabajo y se han formado unos aparatos de estructura rígida en la que los trabajadores perciben que esos liberados están más interesados por las prebendas de su seguridad, de sus privilegios y de su pavonearse de ser los defensores de los trabajadores y sus necesidades laborales, de las cuales ellos están cada vez más alejados.
Es aspiración de muchos el que quienes lideran la lucha sindical sean los que están en el tajo, lo máximo con una liberación parcial, y sustituir a los liberados con empleados del sindicato, dependiendo de los líderes que serían trabajadores de verdad.
Pero ¿quién pone el cascabel al gato?
El aparato, al considerarse flor y núcleo del sindicato, ha de considerar esta postura como un ataque al sindicalismo.
Pero bueno, diréis ¿cómo un perro sin manada y un jubilado sin trabajo y sin militancia partidista, que residen en un tranquilo rincón del mundo rural se atreven a disertar de aparatos tan alejados de ellos?
Los perros no saben dar una respuesta adecuada a los códigos de grupo por falta de manada. Lo mismo nos puede pasar a nosotros pero, ingenuos, pensamos que la lejanía permite divisar mejor el horizonte.
Los perros no saben dar una respuesta adecuada a los códigos de grupo por falta de manada. Lo mismo nos puede pasar a nosotros pero, ingenuos, pensamos que la lejanía permite divisar mejor el horizonte.
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