Toda convivencia, aunque sea buena, tiene sus aristas. Disponemos de un amplio corral, mi reino. En él, está mi casa, en él corro, descanso, juego, como, persigo a gatos intrusos y a pájaros despistados. También es espacio de mis socios que tienen huerto, tiestos, leñera y hasta el montón de cenizas de la cocina de leña y de la gloria. Como perro escarbo en la tierra, revuelvo las cenizas o desgarro con mis dientes lo que esté a mano y claro, tiestos que se rompen, plásticos para las heladas rasgados y bronca...
Así que he salido al campo con mi socio con cara de pocos amigos y enmudecidos. El ejercicio nos ha relajado y él ha comprendido que yo soy un perro y por mi parte le he reconocido su calidad de persona y suelto el discurso henos aquí zascandileando sobre las relaciones Iglesia-Estado.
En España, como en todos los países modernos, el Estado es laico, independiente y separado de la Iglesia. En la juventud de mi socio les explicaba que la unión Iglesia-Estado era legítima y buena, vamos que formaban un santo matrimonio. Hoy esta unión es concebida como un torpe contubernio y todos nos sentimos satisfechos de la separación.
Pero tantos años, tanta historia compartida y las tensiones de toda separación generan aún roces, quejas y pequeños enfrentamientos.
Laico es un término clerical de origen griego y con la palabra laico se referían al fiel, miembro del pueblo de Dios pero que no pertenecía al cuerpo sacerdotal y jerárquico y como equivocadamente se ha identificado a la Iglesia con la Jerarquía, hoy entendemos por Estado laico el que no está ligado a ninguna jerarquía, a ninguna Iglesia.
La concepción del Estado Moderno incluye, en igualdad de derechos, a todos los ciudadanos, sin distinguir razas, culturas o que sean religiosos, agnósticos o ateos. No está mal el nombre de Estado laico, el estado de todos los que forman el pueblo de un país y en esta separación de Iglesia-Estado, al menos en la cultura occidental, estamos de acuerdo creyentes y no creyentes.
Mas, con todo, sigue habiendo conflictos. Por una parte, grupos religiosos que se sienten poseedores de la verdad, no se contentan con anunciarla y convencer, algo democráticamente correcto, sino que quieren imponerse con condenas y descalificaciones. Por otra parte hay grupos laicistas que creen que toda creencia religiosa es un fraude o al menos es ciega y quieren relegar a las religiones al mundo íntimo y personal y como una concesión, al interior de los templos y se les niega cualquier actividad o pronunciamiento público.
Un Estado moderno es soberano e independiente y gestiona la convivencia, la seguridad, promoviendo el bienestar general y los derechos de las personas; pero no es totalitario y respeta la sociedad civil que goza de enorme pluralidad de proyectos, funciones y asociaciones económicas, culturales, deportivas, festivas, laborales y también religiosas, que tienen su propia vida y que intentan influir y opinar en las decisiones políticas que les atañen.
No es pensable que estas asociaciones y el Estado estén en continua confrontación, aunque surjan diferencias, y que a veces colaboren y reciban apoyo y recursos del Estado.
¿Qué espectáculo más natural ver a Zapatero reunido con la patronal o al Rey asistir a una carrera de Fórmula 1 apoyando a Alonso? La misma naturalidad existe cuando un ministro, creyente o no, asiste a la inauguración de la Sagrada Familia, de una Sinagoga o de una Mezquita.
¿Puede haber imágenes religiosas en una escuela pública, que por supuesto, es laica? Como símbolo oficial no, es lógico, pero ¿por qué no como expresión de la sociedad civil igual que se puede colgar un cuadro de Nadal, de Gandi o de Severo Ochoa y lo mismo de Buda, de Jesús, de Moisés o de Mahoma? ¿Cómo se pueden considerar ofensivas imágenes de personas tan notables?
A los creyentes cristianos el Evangelio nos anuncia que Dios no se manifiesta en los templos, sino en el pobre, en el preso, en el desvalido, en el injustamente perseguido y como anhelamos el reino de la justicia y de la paz, en el trabajo y el esfuerzo por conseguirlo nos encontraremos con todos los hombres de buena voluntad. No nos podemos quedar en los puros sentimientos interiores, ni en el culto en los templos.
Los laicistas recalcitrantes lo tienen crudo, aunque mas bien, muchos de ellos, se sentirán a gusto con los creyentes en defensa de las causas justas.
Los grupos religiosos integristas, si son de buena voluntad, acabarán comprendiendo que es el mismo Dios el que creó al hombre inteligente y libre y el Dios de la revelación y que Cristo no vino a imponer un dogma o una doctrina sino a anunciar el reino de la voluntad de Dios, que es un mundo más justo, más pacífico, donde triunfe el amor sobre el odio...un mundo más humano.
Separación, pero pacífica. Independencia, pero colaboración.
Veremos si mis socios y yo nos aplicamos el cuento.
La educación en el deber
Hace 8 años
Lo que no es asumible, en un Estado no confesional, es que cualquier símbolo religioso "presida" una institución pública, pues estas, son de todos, sea cual se su creencia.
ResponderEliminarPor lo demás, una reflexión muy sensata, como todas a las que nos tiene acostumbrados Chindasvinto.
Chindasvinto da en el clavo
ResponderEliminarExiste un importante número de cristianos que se ocupa de los pobres, los que sufren y los desvalidos; y que trabaja por conseguir mejoras sociales y personales. Por desgracia a estos es a los que menos caso se hace por parte de la jerarquía católica.
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