Entretenidos y un tanto jocosos
contemplamos el cartel de la charca del Juncal, término de Lantadilla. En él
figura el mapa con su ubicación, su extensión y una serie de cinco
prescripciones. Así aparece el símbolo de prohibición y la acción prohibida y
debajo su expresión lingüística, por ejemplo: prohibido cazar. Curiosamente
bajo el cuarto símbolo de prohibición dice: no hacer ruido, y bajo el quinto:
respetar la flora y la fauna silvestres. A mí esta última prohibición me causa
gran ilusión ya que, si está prohibido respetar la fauna, tengo libertad para
perseguirla.
Lo que causa mayor admiración es
observar como en un lugar rural y alejado de concentración humana aparecen los
grafiteros, que han garabateado el letrero.
Dicen los grafiti: Y los topillos
qué? Las liebres qué? Confederación H.P. Veneno de la Junta, hijos de… Menos
rollos y no verter veneno en los campos (Icona).
En estos grafiti aparecen, como
latigazos, insultos llenos de rencor basados en afirmaciones que se dan como
seguras.
Sobre esto cabe la reflexión de
lo que pasa cuando determinados presupuestos se dan como doctrina de un grupo,
convirtiéndose en verdad incontrastable, base del comportamiento al que deben
atenerse las personas.
En estos casos las consecuencias
son terribles. Las doctrinas religiosas han provocado la opresión de
conciencias, enfrentamientos religiosos e inquisición represora dentro del
mismo grupo.
Las doctrinas étnicas han llevado
en defensa de la pureza de la raza aria a la eliminación programada de gitanos,
judíos y deficientes o a la exaltación de la etnia vasca y su incontrovertible
derecho a su propio estado, al terrorismo de ETA contra los que no admiten su
doctrina, aunque sean vascos, y en este caso con mayor razón por ser traidores.
La doctrina económica comunista
llevó a los delirios del estalinismo, que no dudó en la supresión física de los
disidentes.
Y las doctrinas económicas
capitalistas pueden habernos llevado, o nos están llevando, a la crisis que
sufren duramente los más débiles.
En momentos calamitosos, como los
presentes, buenas gentes creyentes, como parece ser mi socio, elevan sus ojos
esperanzados a la doctrina social de la iglesia elaborada por el magisterio
ordinario pontificio desde León XIII en el siglo XIX a Benedicto XVI en nuestro siglo
XXI.
Craso error. El pensamiento de
los papas puede ser sincero, inteligente y bien intencionado; pero al hacerse
doctrina se convierte en un disparate, en un despropósito ya que la única forma
de aplicarlo sería en una sociedad confesional que la impondría por ley con
todas sus consecuencias de rigidez y enfrentamientos. Como esto, gracias a
Dios, no acontece, esta doctrina fija e inmutable, es doctrina, se convierte en
algo etéreo, atemporal, ajeno al fluir de la realidad social, es decir, es
totalmente ineficaz.
No es misión del papa adoctrinar
a los fieles en lo social, en lo político, en los económico, en lo cultural, en
lo deportivo, sino que el mensaje de Cristo llegue a todas las gentes y anime a
los fieles a que ese mensaje se haga vida, acción.
Son los creyentes los que han de
reflexionar y organizarse con los
hombres de buena voluntad para dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y
visitar al enfermo o preso, es decir a
hacer un mundo más justo, más humano.
Alienta el pensar que muchos cristianos
actúan así y no esperan del papa ni de los pastores doctrinas sino, con el
anuncio de la buena nueva, el caminar juntos, sabiendo que, como somos
limitados, habrá errores y deficiencias y necesidad de rectificar, que sobran
las doctrinas incontrastables.
Las doctrinas, aunque sean
brillantes como el oro, son cadenas. ¿Hay que romperlas? Puede; pero, al menos,
no hay que echarlas al propio cuello.
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