Cinco días hacía que mi socio no
me hablaba. Cinco días sin salir con él al campo. El castigo comenzó el martes
de la pasada semana cuando acorralé a Zipi, el gato de casa, en una leñera
detrás del ayuntamiento. Lo atropellé, le quebré el rabo y se me escurrió
subiéndose a un arbolito. Esta pelea se convirtió en un duro enfrentamiento con
mi socio, enfrentamiento que ha terminado con la advertencia de que un hecho
semejante no ha de volver a ocurrir.
Pero mi compañero debe entender
que los depredadores, desde nuestros ancestros, hemos tenido que procurarnos el
sustento y el espacio en fiera lid y, a pesar de no ser ya necesario, llevamos en los genes la emoción
de la contienda y gozamos en ella. Que lo digan si no los dos atléticos,
contendientes por el triunfo en la liga europea de fútbol.
Magnífico ejemplo nos han dejado
el Atlético de Madrid y el de Bilbao, jugadores y partidarios. ¡Emoción,
entrega y goce de todos, rematados en la alegría desbordante del triunfador y
del triste y a la vez dulce desencanto del perdedor!
Ha sido un espectáculo fascinante
este borbollón de profundas y gratas vivencias en una España apagada por la
crisis y sumida en el desaliento. ¿Pan y circo? ¿Escape y enajenación de los
problemas reales? No, más bien la necesidad humana de aligerar el pesado fardo
de las desdichas y saborear el placer del buen batallar, como del buen yantar,
del buen beber, de los placeres del amor y de la amistad, de la sana actividad
y del descanso provechoso.
En todo este alegre ramillete, el
disfrute individual y cerrado diluye su sabor y se multiplica en el disfrute
compartido, algo natural en animales sociales.
Como niños, los aficionados al
fútbol ponen en el juego corazón y esperanza. Pero el juego de los niños, si es
sano y creativo, les prepara y les da herramientas para desenvolverse en la
vida.
Estos días asistimos a la
refrescante actividad de los indignados del 15M. Estamos con sus asambleas y
concentraciones llenas de compromiso, de exigencias de responsabilidad y
claridad, de rechazo a la corrupción y solidaridad con las personas, no con los
capitales. Nos entusiasma su juventud y entusiasmo y nos congratula que esto no
se enturbie con infiltraciones de profesionales del encono y del rencor ni por
las estupideces de autoridades incompetentes que consideran que los coches
pueden acampar, aparcados noche y día en
las calles de las ciudades y si lo hacen las personas es un delito.
La lid de los atléticos debe
enseñarnos que, como en ellos se da la unión de los directivos, entrenados,
jugadores y afición, lo mismo debe ocurrir en el combate contra la crisis que
necesita la unión de autoridades, ciudadanos de a pie, de empresarios, técnicos
y trabajadores, de población activa y de jubilados. Querido trío de la muy
triste figura: Rajoy, de Guindos y Montoro, hay que animarse, que la situación
herencia puede ser dura, pero más se perdió en Cuba. Que se ha de conseguir,
como en el casi descendido Zaragoza,
seguir jugando en primera división.
Hay que lograr unir a todos los
sectores del país en esta esforzada lid y dejar el llanto, si es inevitable,
para el final de la batalla y viva el Atletic, aunque haya perdido.
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