Florece la helada
en el tiritar del suelo, los cristales se empañan, el cuerpo rila entre las
sábanas del sueño mientras los brazos buscan la manta. Agradable sensación de
lana cálida, de afamada industria palentina de otros tiempos.
Cobija amorosa,
luciérnaga del invierno que con su calor expande la luz de la aurora que la
noche esconde solapando el frío. Ternura de abrazos, galante querer en mudo
silencio; caprichoso tejido de hilo que bala. Atrapados neutrones ahora
cabalgan con la modernidad, en telares de antes, en escondidas manillas que
irradian el artificial arrullo que de ellas se escapan.
Batalla ganada al
penetrante frío de las noches pardas, a los atardeceres mohinos con gestos de
espadas, a las mañanas airadas. Poesía de colores da sensibles miradas a la
utilidad esperada, sonríe al verano desde la libertad desempolvada del armario.
Sí, la manta sonríe en los juegos de cama, celestina ella que todo lo tapa.
Revienta la risa su
paño de lana y con ella juega a esconderse debajo la cama, a sentirse sumisa
con el edredón cubierta, a ignorar el día descansando en la habitación sin
entender, ni un poco, su manantial de gracia.
Chindas, tu no
entiendes este tema ni el sentir de una manta, a ti no te cubre, ignoras la
beldad de sus palabras, el silencio elocuente de su servicio. La utilidad que
acapara la atención del tiempo que pasa a nuestro lado llegado el invierno.
Servicio de ida y vuelta, de inestable parecer de unos y otros, caprichoso
destino el suyo en lechos ajenos, en
abrigados resortes de paz y de calma.
Ironía del destino
es su diseño y su cara, sin ambages cumple su misión, lo mismo satisface que
estorba pero quien la posee sabe que con ella cuenta para dar al frío la
espalda.
Sí, la manta sonríe
en los juegos de cama, celestina ella que todo lo tapa.
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