Grito en la noche de los tiempos
actuales que sobrecogen el mirar claro del amanecer.
Grito en la noche que obliga a
apretar los párpados, a ocultar el sonido de la luz.
Mutismo de esa mirada que escucha
sin querer oír las voces envolventes de la nada que se envalentonan con los
roces. Suena en silencio cuando juzga con mirada fija y airada.
Mirada: campana sin badajo de
tañer, metal paralizado en cuencas que vierten lágrimas.
Ojos grandes, pequeños, rasgados,
de colores que brillan o entelados de añoranza.
Mirar sonando a risas con
festivos caireles en el rostro aportando el regusto del mimo. Percepción de
notas amarradas a las pestañas y en ese subir y bajar, cual monaguillo tocando
la campana, oír, sí, oír la profunda y elocuente melodía de una bonita mirada.
Sueños de unidad, de apretujada
hermandad en las calles, las aceras, las tertulias; principio de reencuentros,
de cruces de miradas de complicidad cercana y amiga.
Suena a “gloria” esa mirada
rociada con el agua de la fuente, lavada con las dos manos,
siempre en plural para que las
legañas no se arrinconen en el descuido del egocentrismo.
Sonido, sonido de vibrante
cercanía de los hechos que se comunican con audacia recorriendo los sentidos.
Sortilegio de presuntas miradas envenenadas con un resonar que escuece.
Miradas maniatadas por soledades
que dejan que el viento fluya a través de sus lacrimales.
¡Ay! Sonidos de una mirada que
espera, que sueña, que ama...
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