Chindas, hace mucho que la
fantasía que adorna la vida está encerrada en la cápsula del infinito;
encadenada por el sol que anda en libertad a sus anchas, quemando parajes de
inigualable belleza, y nuestras charlas se han hecho eco de acontecimientos
extrapolados a este sentir.
Abramos
hoy esa cerrazón y respiremos el aroma que pía al unísono con los pájaros sus
romances veraniegos. Cae agosto con pesadumbre en el calendario mientras los
tapiales retienen su letargo abrasador. Las surfínias, absorbida su savia azul,
empiezan a decaer en lozanía y un leve clamor se escucha al observar las
fachadas de las que penden.
Oye,
mi buen perro, el cuitado silencio de su fragancia, ese quejido de luces
variopintas oscilando como equilibristas a punto de perder su pértiga.
Remembranza de primavera a punto de callar, de adentrarse en el gran silencio.
Las
vacaciones laborales empiezan a escuchar el gong del retorno, y sumisos, con la
cara fresca y airosa por el descanso, lucen su mejor sonrisa a los
reencuentros. Atrás quedan esos riegos vespertinos al jardín, ese respirar
profundo de la paz en el pueblo con olor a jazmines. En ese silencio de la
noche el corazón late expectante al leve murmullo que desde la ventana abierta
llega. Es el piar de las flores que no duermen, es su despedida; al lado un
capullo rojo renace en el rosal que mira a las flores azules de la alcachofa.
Las hojas, primas de las de acanto, abrazan al espinoso tallo sin herirse.
Adiós dueños de vacaciones recreadas, / adiós a la
alegría de vuestra admiración por mi belleza./ Flor de un día soy a vuestro
lado,/ sola quedo tras la puerta cerrada/, oid en la distancia mi gemido
perfumado y volved a dar alas a mi efímero existir./
Había oído de tu página, Chindas, pero hasta hace un par de días no la había disfrutado totalmente. Es genial.
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