Algún día, mi querido Chindas, te
llevo a la ciudad para que observes desde la ventana de casa a la gente que
transita por la calle, sus gestos, su soledad parlante, su comunicación
aislada. Seguro que te sorprende ver a niños, jóvenes y mayores que hablan y
hablan sin ver con quien, solo con algo que llevan pegado a la oreja; ese algo,
osease el móvil, a veces permanece callado, medio dormido en algún sitio y si
no te detienes a adivinar su escondite, te pasa desapercibido.
Es
curioso, amigo mío, la sonrisa alegre cuando la llamada es grata, la mano se
afana en apretar una pequeña caja a la oreja, la protege de miradas indiscretas
y además ésta siente el cálido palpitar auditivo de la emoción que del otro
lado llega. Si, por el contrario, la situación es adversa, la mano tiembla y la
agarra con fuerza, la esconde entre las garfas de los dedos. Dolida respuesta a
su dócil ser.
Un
viandante y otro también y muchos más veo con el artilugio encendido propinando
al aire que respiran en plena vía pública, sus tonos elevados y sus continuos
viajes del bolsillo al pabellón del deporte auricular.
Ríete
conmigo con las sensaciones que me barrunto experimentan estos aparatos
aparcados o escondidos en el bolsillo de atrás del pantalón. El culandrillo con
sus ancas bien rellenas van marcado el ritmo del lustrador y, eh aquí, que
nuestro amigo comunicador también siente el placer de ser bruñido en el paseo;
sólo el estampido de una llamada musical le saca de sus ensoñaciones. Si por el contrario va en una mochila
metido, compartiendo espacio con libros, pañuelos, baratijas o entre
conversaciones de enseres, el pobre teléfono móvil se siente desplazado, inútil
y un tanto molesto reclama al cielo que alguien lo saque de ese inhóspito
lugar.
Aislamiento
colectivo de esta generación que pasa sin ver al que a su lado cruza;
parlamenta muchas horas al día pero se
comunica con un solo sentido, anulando el placer de los demás; los
hechos que se ven pero no se oyen son nonadas, técnicas de cercanías lejanas y
de lejanas cercanías. Maravilloso aparato para prestar ayuda y
solicitarla, pero aniquilador uso del que abusa de la usanza.
Móvil movido de sitio, escondido, apagado o encendido,
callado, sofocado, en orejas pegado o posado en la mano cual carroza abierta
paseando; orgullo de último modelo, de rizados saberes, de aperturas
agrandadas, de sonidos deseados, de...,.
Chindas,
un mundo el de hoy que, de ser pintor, plasmaría en un lienzo con una sola
imagen: una oreja enrojecida paseando por esta fábrica de interlocución. Rín,
riín..., esta vez es mi pequeño portavoz: “el COI ha hablado”, apago y miro a
las nubes y a la calle; empiezan a abrirse paraguas bajo los cuales aparece un
nuevo escondite.
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