jueves, 5 de septiembre de 2013

LA CAÍDA DE LOS CHOPOS

Hace apenas veinte años que la ilusión vistió la llanura; el paisaje mudó el erial en frondoso nido de esperanza. Llegó la primavera posándose en el débil ramaje de los jóvenes chopos; pajarillos retornados piaban alegres en el esbelto tallo de su atalaya. Arboleda señorial se presagiaba y en sus márgenes acariciaba ya el paseo de dueños y ajenos. Sombra llena de luz mecida, paraíso de mariposas multicolores y frágiles, refugio del polvo del camino, sostén del rocío matinal, mirada limpia al infinito.
Años de mimos, riegos, vigilancia amorosa a vuestro crecer callado; el pueblo respira el oxígeno de tan magnífica fábrica y recrea ufano la mirada en el verdor que pende de las ramas. Todo esto queda atrás en este último día de agosto cuando caéis rendidos al murmullo cantarín de la sierra que os tala para caer en brazos de la púa mecánica que os acoge para apilar en hermandad obligada todo lo que habéis vivido junto a nosotros.
Chopal, álamo ya sin alameda, devastado poblado de las aves que emigran de nuevo dejando en el olvido ese juego entretenido entre hojas cruzadas, entre espacios parapetados y escondites gigantes en la imaginación volátil. Mirando tus troncos yacentes me pregunto por vuestro destino futuro, ¿dónde mirarán tus ramas si el amanecer no las balancea, dónde se colorearán las hojas si la savia no las pinta de ese verde primavera? Entretenido enigma que cristaliza para no caer de los ojos que miran el pasado y el futuro entre chirridos de impacto en el suelo. Remolinos de agua.
Caen los chopos uno a uno en despedida lenta y sin pausa; vuelve el horizonte a aflorar en la llanura con su raya marcada en la lontananza que une al cielo y el sol, esta vez, brilla a ras de suelo. El plantío que al otro lado del camino estaba enamorado y comunicaba sus amores a la chopera a través de las palomas del palomar del huerto que la limita, ha dejado de soñar hoy el imposible sueño de amarse.
Vaivenes, de brisas azules se escapan, en la caída,mientras recuerdo al gran García Lorca: Eran tres. Vino el día con sus hachas. Eran dos. Alas rastreras de plata. Era uno. Era ninguno. Se quedó desnuda el agua.



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