Durante este mes de enero la lluvia lava y lava los cabellos de la tierra, apenas unos minutos de sol los airea, los vuelve a mojar y refrota con esmero la cabeza de nuestro espacio, cual aprendiza de peluquería deseando agradar.
Chindas, tú miras igual que yo los borbotones que en el suelo pretenden llamar la atención. Pompas brillantes, esponjosas, corren al compás de la prisa de su dueño, el agua, hacia el sumidero del alcantarillado; alguna se detiene a nuestra puerta, nos mira, la miramos y acelera veloz su paso hasta dar alcance a sus compañeras de aventuras, parecen colegialas alegres saliendo de clase al recreo.
Bonita imagen desapercibida la mayoría de la veces. Fíjate, llevan el frescor de las nubes cubriendo su burbuja de aire, su interior es etéreo pero muy bello, viene de lejos y se irisa con la luz. Saltarinas, adolescentes gotas encapsuladas que bailan al compás de la fuerza del aguacero. Ojos, muchos ojos saltones oteando la íntima melancolía de la tarde.
Llueve, aclara, espasmos de frío en las venas del desapacible tiempo. Los campos saciados afloran en humedales sus entrañas llenas. Se añora el calor de la luz solar, los trinos escapados de esa lejana primavera, e incluso la nieve bajo nuestros pies dudosos de aventuras. La hierba toma el color verde de vida intensa, reteniendo en sus brazos gotas de lluvia suavizadas en su caída. Beben el néctar del frescor y acarician su transparente mirada.
Naturaleza parlante, querido Chindas, que difícilmente escuchamos el dueto de su canto. Nuestros oídos se detienen en los ecos sociales del momento, nos enfrascamos en tener razón en nuestro modo de entender o juzgar y desviamos lo profundo de la vida a la orilla de la simpleza.
Pompas en el agua de las calles de mi pueblo, algarabía recorriendo la soledad. Privilegiado panorama de sencillez y calma.
La educación en el deber
Hace 8 años
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