Luz en la candela de María/ brillo en sus ojos de madre primeriza/ claridad que traspasa los muros de la noche,/ abierto sol a la esperanza./Presenta a su hijo al Altísimo.
En Palencia requerida fiesta: Virgen de la Calle/ resplandor en la hornacina que en la fachada de su santuario tiene por cobijo./ Miradas de mutua complicidad con el viandante que eleva su vista hasta esa imagen de piedra,/ confiando, solicitando; escuchando Ella desde el corazón vivo que late dentro de ese reflejo pétreo.
Palencia reza cantando en boato religioso; procesional paseo por sus calles ante la devoción de unos y la indiferencia de otros.¡Día de fiesta!.
Sí Chindas, en este momento la fe o devoción es lo de menos; los que por fortuna tienen trabajo acogen con buen sabor cualquier día de asueto y... los parados tienen un motivo para ver en el ocio a todos los palentinos y disfrutar de algún acto extraordinario como el señalado.
Las Candelas, esas lumbres que abrigaban en invierno con sus rescoldos los atardeceres de narraciones fantásticas, de recuerdos y batallitas del abuelo, de cuentos a los pequeños de ojos expectantes y oídos aún más atentos, entre el temor y la admiración festiva. Luz repartida en lámparas para ahuyentar espíritus y para evitar caídas. Candelas de simbólica parusía del Señor que llegará en cualquier momento. Luz de disponibilidad, ofrenda que clarifica el devenir cotidiano de toda criatura.
Con estos visos de nieve que estamos teniendo, intercalando el viento con las bufandas y el paraguas, una año más, amigo mío, nos disponemos a arrimar nuestro cuerpo y me atrevo a decir que también nuestra alma, al brasero de la festividad mariana. Tal vez un poco de agua bendita del hisopo que el Sr. Obispo asperja sobre la concurrencia puede traernos algún beneficio y no es cuestión de rechazar ese rocío por razones de la razón que se empeña en teorizar todo.
Ya ves, mi fiel amigo, cómo la sociedad humana entresaca de la tradición creyente, de esos hechos tan íntimos como cuando las madres a los cuarenta días del parto presentábamos a nuestros hijos en el templo, a imitación de la costumbre de hace dos mil años, y crea una fiesta con carácter popular.
Tiempos nuevos con reminiscencias enraizadas que perdurarán contra todo pronóstico en el tiempo porque seguirán las flores embelleciendo nuestra mirada y las generaciones venideras admirarán con placer sus colores y al pintor que los hace posibles.
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