¿Sabes Chindas que según nuestro
calendario ya estamos detenidos en la estación del verano? El viaje del tiempo
ha sido tan raudo que apenas recordamos las otras paradas obligadas. El otoño
con sus cobrizos paisajes o el invierno apenas vestido de blanco y la dulce
primavera que nos regalaba flores a través de las ventanillas del departamento.
Todo queda atrás y ahora el verano con la melena desmelenada de la euforia, del
“destape”, añorando el agua de playas o piscinas, viene a incitarnos, a sonreír
el murmullo callejero.
Verano y sol, pareja jocosa y
festiva que pinta murales de placer con los trinos de los pájaros al amanecer,
que regala el placer de pasear por alamedas, que dora la espiga y los cuerpos
enseñando la salud que tersa la piel.
Sol del verano que apacienta los
ánimos y a la vez los exalta, paradoja reflejada en el agua de los ríos.
Cristalino espejo con fondo celeste y risas en movimiento camino del mar.
Luz que apabulla los suspiros
enamorados de la naturaleza, descorriendo el velo de la noche para mostrar la
hermosura de la aurora.
Estío que plagia los calores del
corazón humano cuando ama locamente, cuando recrea la juventud en pandillas
llenas de ilusiones. Las nubes intentan tapar el fuego del sol, sin éxito,
merodeando el universo y llorando a veces perlas cristalinas y fugaces.
Sombras entremezcladas en las
hojas brillantes de los árboles dan a la luz un protagonismo más rico en
matices. Tormentas de verano, genio resentido y gris del paraíso celeste.
Envidia latente de la claridad ajena.
Vivir quisiera sobre la nube que
toca la luz en la altura y oculta la mirada aviesa de la tierra que se angosta
cuando el sol se detiene en ella. Nuevamente contrasentidos de luces y sombras,
de sequía y lluvia acelerada e hiriente. Verano con semblante festivo, serio,
mohíno, galopante y aplanador.
Verano y sol, conjunto de prosa y poesía para suavizar los pasos de la
vida.
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