Observa, Chindas,
el nido de la cigüeña y su cigoñino al lado en la torre de la iglesia. ¿Ves el
azulado cielo envolviendo a esta pareja unida? Miran los padres a su polluelo
con dedicación y constancia, nunca lo dejan solo, ambos se turnan en el cuidado
y alimentación. El otro hijo cayó del nido y quedó tendido en el suelo.
Sueño eterno con
plumones de algodón vistiendo su cuerpo. Desde la altura una mirada nada más
seguida de un crotoreo, a modo de lamento.
Mes de mayo
renaciendo y festejando el Día de la Madre. Olor a ramos de flores, a cariño, a
festejo familiar, a añoranzas de esa ausencia que se hace presente.
Maternidad de
estreno y maternidad peinando canas; corazón abierto, que disculpa y abraza.
Celebración de domingo, con ausencia de los hijos en otros días de la semana.
Amor sentido en la profundidad del alma, que dura más allá de la lluvia, los
truenos e incluso la granizada. Camino siempre abierto a la casa.
Maternidad de
altura en rincones abandonados, en hogares rotos y en chabolas que apretujan;
en barcazas o caravanas de deshecho. Brazos cobijando, compartiendo el calor de
los latidos del corazón. Cordón umbilical nunca cortado, risas compartidas,
lágrimas enjugadas, mano tendida para ayudar a levantarse tras la caída.
Disculpa en la
debilidad o en la soberbia; siempre hay un motivo para perdonar en el corazón
de una madre. Perfume de mayo en las manos rugosas que preparan la comida que
“recuerdan” como manjar casi olvidado en sus nuevos hogares.
En el silencio de
ese sentimiento, el padre aparece anodino, el protagonismo se lo lleva ella, el
motor de la embarcación de la familia. Navegar juntos es tarea diaria y las olas lo saben cuándo se
ondulan en ese mar a su paso. Unidad, hogar, nido, alimento y apoyo
incondicional.
Hijos emplumando
las alas para cruzar el horizonte y vivir en libertad. Atalaya vigilante esperando el retorno.