Poco a poco, con la lentitud de
las prisas sin pretensiones de usar bikini, van llegando los “veraneantes”
nativos ausentes y algún que otro forastero que busca paz y libertad en el
espacio abierto que ofrece el medio rural.
Sí Chindas, tú lo sabes muy bien,
cuanto más pequeño es nuestro municipio, más gozamos del cielo, de las nubes,
del sol al que hacemos guiños con el frescor de las casas y los caminos que nos llevan por parajes
maravillosos. En nuestro pueblo, el Canal de Castilla nos ofrece el placer de
la mansedumbre de su agua viajera y los chopos que se reflejan hacen de parasol
en un paseo relajante que interioriza y
serena.
El lenguaje cambia, se mezcla con
otras lenguas; el diálogo es animado, ahora sí que aparecen las prisas en
contar las cosas de su diario vivir allí en la ciudad lejana.
Hoy, mi perro amigo, he ido a la
capital en tren y era curioso oír a los usuarios, que iban subiendo al mismo en
las estaciones intermedias, sobre la vida que dan a los pueblos los veraneantes.
“Vienen chiguitos y el pueblo se anima”, decía un señor entrado en años. A mi
lado una señora decía a otra que subió con ella, “no sé si he puesto el llavín a la puerta, con las prisas…, el tranco de
atrás estoy segura que lo he echado, como ahora hay gente en la calle es
distinto que en el invierno, es lo bueno del verano todos cuidamos y vemos
quienes entran en las casas”. “Anda pues, menos mal que vuelves pronto”,
apostilla una vasca castellana.
Antes de que el tren engulla el
paisaje y lo devuelva a la lejanía de nuestra espalda, miro las ruinas que arrastran a la soledad a esos pueblos que
corren en la pantalla de mi puesto de mira viajero; campos fertilizados o
áridos, vestidos de ocres dorados o simplemente ocres terrosos, según la mano
del tiempo que los acaricia y pinta; cuna de esperanza para el labrador.
Árboles de verdor prieto, exuberante;
traqueteo del tranvía que nos lleva. El Carrión viaja casi en paralelo con
nosotros regalando a nuestros ojos su luz en movimiento levemente ondulado.
¡Palencia a la vista!, ya llegamos, otro murmullo, otro vivir que se detiene,
paro ilustrado.
Sé que eres un perro muy listo,
pero muy grande para viajar en este medio, por eso te cuento todo esto; pero
volviendo a los veraneantes, aceptas con recelo su presencia y con un cierto
malestar porque invaden tu libertad. Ya no puedes campar a tus anchas por las
calles aunque lleves bozal, y si sales, tal vez, alguna pedrada de los chavales
acaba con tus ganas de correr tras ellos a modo de juego. Está claro que su
libertad acaba con la tuya, pero tus ojos delatan lo feliz que eres oyendo sus
risas y que las puertas cerradas todo el invierno inviten a entrar, sentir,
saludar.
La prensa con sus noticias agrias
se hacen tabú en este tiempo de vacaciones, de plenitud del verdadero placer de
la calma, de la amistad y el reencuentro. A todos los veraneantes “rurales”
¡bienvenidos!
Guau, guau, también de mi parte,
soy Chindas, vuestro perro amigo. Espero que alguna vez me digáis si os gusta
estar conmigo. ¿Vale?