Para mí es extraño que se ofenda tanto cuando la presa es un gato y estimule mis persecuciones, por cierto sin éxito, de conejos, liebres o corzos. Él me dice que estoy llamado a la actividad cinegética que estimula olfato, músculo y pulmón, pero que los gatos son también habitantes domésticos con los que convivir y a los que respetar. No entiende que el instinto es fuerte y de difícil control.
Y hablando de la llamada cinegética pasamos a hablar de otra llamada, que ha causado sensación, a través de los medios de comunicación, la llamada episcopal a candidatos al sacerdocio, a quienes se les promete una serie de cosas que chocan con la falta de salida para los jóvenes. Demasiado oportunismo y no muy hábil.
También conocemos que no hay demasiadas respuestas a la llamada pues en la entrevista periodística al rector del seminario mayor se nos dice que sólo hay 4 que cursan estudios teológicos, uno por curso, con ánimos de ser curas. Así que se nos anima a los católicos a “pedir al Señor de la mies que envíe operarios a su mies”.
El caso es que se pide a los llamados que sean varones célibes, que se preparen con largos estudios, que reciban no se sabe cuántas órdenes menores y las mayores del subdiaconado y diaconado antes del sacerdocio y que éste les compromete a conservar la castidad y prestar obediencia al obispo. ¿Es el Señor de la mies o los hombrecitos de la jerarquía el que pide todo esto a los operarios?
No parece que haya en las Escrituras ninguna exclusión para la mujer con respecto al sacerdocio ni para los casados, ni la obligación de una obediencia absoluta al llamado “ordinario”.
Si no está mal que haya personas que renuncian a la relación de pareja o a formar una familia para dedicarse con plenitud a la ciencia, al arte, al deporte, a los negocios o a la aventura, tampoco es discutible que alguien pueda elegir el celibato para dedicarse plenamente al servicio a los demás por amor a Dios, servicio misionero, cuidado de enfermos o necesitados o tan sólo a la alabanza a Dios. Elección voluntaria y libre, no obligación impuesta.
Se puede pensar que detrás de mucha teología, mucha mística, sólo hay un descarnado y muy humano afán de dominio.
La jerarquía se siente ella como la asamblea plena, la iglesia, la congregación de fieles y así se transmite y ha calado. Cuando ellos hablan es la iglesia la que habla, cuando ellos disponen es la iglesia la que regula. Ellos son la voz de Dios, quien a ellos obedece a Dios obedece.
Con esta tesitura tener un cuerpo sin ataduras familiares, bien formado y obediente es el placer supremo del dominio total.
¿Y cómo se ha mantenido esto? En primer lugar porque, a pesar de esta lamentable estructura, el mensaje del evangelio es extraordinario y atrayente y muchos miembros de la jerarquía viven el mensaje. En segundo lugar porque el sacerdocio permite un servicio religioso y humano ejemplar y gratificante y muchos aceptan por ello y gustosamente celibato y obediencia. Y en tercer lugar porque la jerarquía asocia al clero al acto de dominio tan humano y los curas disponen, mandan y gobiernan en las parroquias, no en vano se habla de la iglesia de los curas.
Jesús eligió el apostolado no para dominar sino para servir anunciando el reino del amor y de la justicia y administrando los sacramentos. Así que habrá que pedir al Señor de la mies para que quienes llaman no pongan obstáculos a que lleguen operarios a la mies.