jueves, 26 de septiembre de 2013

LOS TOPILLOS

Roedores campestres que a sus anchas campan. Raicillas temblorosas a su paso, presas fáciles de sus dientes. En el arpa de la tierra sus cuerdas vibran al rozar con las púas de sus uñas, veloces van en su carrera si el peligro les acecha hacia el escondite de sus huras.
Chindas, tú como buen perro que se precie corres tras esos ratoncillos de ojos vivarachos y hociquito rosado pretendiendo darles alcance por el patio-jardín de la casa, pero...,una vez más, las rocallas son su salvación pues tras ellas también aparece una madriguera y por mucho que tu amigo Nano te ayude, ante los dos se escapa; ambos sois burlados por la habilidad atlética de este duende de campos y jardines.
Topillos que depredan los sembrados y a la vez, a pesar de su agilidad, son depredados por las aves de rapiña. Búhos y lechuzas en la noche les esperan, milanos, aguiluchos, cernícalos y muchos más enemigos les acechan desde sus atalayas de postes o desde los brazos desnudos de los árboles. Un mochuelo desde el tejado aquél del pajar caído, ha visto uno a su alcance y raudo, asustando a las tejas, atrapa sin piedad al roedor asustado y su rabillo un mondadientes usado parece.
Alimento de picoteo exquisito son también para Chindas y compañía. Juego de ajedrez en el tablero del patio; el jaque mate es la meta de los perros pero para el diminuto contrincante es su astucia y elegancia las que marcan la jugada. Entretiene verles echar carreras y sus desazones.
Mis vecinos labradores echan chispas por lo prolíficos que son y el daño que causan en sus fincas, a la vez que las amas de casa mantienen la escoba cerca para cuando alguno se cuela en la despensa.

Otoño trae la sementera, la sementera la gestación cerealista y en el silencio del vientre de la naturaleza el roedor, en plaga directa, hace ceñir la tierra con el corsé de la maternidad herida.

jueves, 19 de septiembre de 2013

SILENCIO ATRONADOR

Un año más llegadas estas fechas, los pueblos pequeños pasamos a ser dominados por la soledad del silencio y tu y yo amigo Chindas volvemos a reflejar su impacto en nuestras vidas. Es tan denso el silencio por las noches que tus ladridos en las manillas del reloj de la torre hacen eco y dormir se convierte en un enigma de pensamientos cruzados, agrandando los ojos en la oscuridad temerosos de ruidos extraños cual mirada gatuna expectante.
¡Bueno, no ladres solo porque nombro al felino!
En este desasosegado duermevela el silencio se torna atronador, el aire lame las calles con cautela y el vacío se extiende por doquier.
Silencio, nada, latido oculto revestido de soledad, párpados cerrados de descanso merecido y no hallado. Silencio, limpieza del alma, profundidad y levitación a un mismo tiempo, teoría del vivir y morir en la grandeza de tus palmas.
Me dice una vecina que el silencio huele a otoño, me resulta una frase con enjundia y aquí la dejo para deducción de los lectores. Sigamos, mi perro amigo, sumidos en el misterioso silencio que los días sin luna llena de sombras tu corral y nuestro mundo rural, rural, en el que todavía huele a paja yacente en las tierras y comienzan las cocinas de leña a expandir su olorcillo a humo, nos lleva  a épocas de bullicio. Evocar, caminar entre nubes pardas intentando adivinar entre las pocas estrellas que emiten su luz el tesoro que ocultan el silencio y la noche. Cómplices enamorados, uno mudo y la otra con velo cubriendo su rostro, caminan de la mano. Adentrémonos más allá de esa imagen errante tan conocida buscando en el trasfondo de la misma la grandeza que subyace dentro de ella, la paz tan codiciada por quienes su sosiego carece de realidad. La urbe roba el silencio de sus vidas, su día a día acompañado por extraños oculta en lo más profundo el recuerdo gozoso de la amistad sencilla que en las aldeas habita y recibe con cercanía.

Silencio que atormenta cuando el vacío se hace sima, pero bendito silencio el que permite recrearse en las pequeñas cosas que murmuran esperanza.

jueves, 12 de septiembre de 2013

LOS ESCONDITES DEL MÓVIL

Algún día, mi querido Chindas, te llevo a la ciudad para que observes desde la ventana de casa a la gente que transita por la calle, sus gestos, su soledad parlante, su comunicación aislada. Seguro que te sorprende ver a niños, jóvenes y mayores que hablan y hablan sin ver con quien, solo con algo que llevan pegado a la oreja; ese algo, osease el móvil, a veces permanece callado, medio dormido en algún sitio y si no te detienes a adivinar su escondite, te pasa desapercibido.

            Es curioso, amigo mío, la sonrisa alegre cuando la llamada es grata, la mano se afana en apretar una pequeña caja a la oreja, la protege de miradas indiscretas y además ésta siente el cálido palpitar auditivo de la emoción que del otro lado llega. Si, por el contrario, la situación es adversa, la mano tiembla y la agarra con fuerza, la esconde entre las garfas de los dedos. Dolida respuesta a su dócil ser.
            Un viandante y otro también y muchos más veo con el artilugio encendido propinando al aire que respiran en plena vía pública, sus tonos elevados y sus continuos viajes del bolsillo al pabellón del deporte auricular.
            Ríete conmigo con las sensaciones que me barrunto experimentan estos aparatos aparcados o escondidos en el bolsillo de atrás del pantalón. El culandrillo con sus ancas bien rellenas van marcado el ritmo del lustrador y, eh aquí, que nuestro amigo comunicador también siente el placer de ser bruñido en el paseo; sólo el estampido de una llamada musical le saca de sus ensoñaciones. Si por el contrario va en una mochila metido, compartiendo espacio con libros, pañuelos, baratijas o entre conversaciones de enseres, el pobre teléfono móvil se siente desplazado, inútil y un tanto molesto reclama al cielo que alguien lo saque de ese inhóspito lugar.
            Aislamiento colectivo de esta generación que pasa sin ver al que a su lado cruza; parlamenta  muchas horas al día pero se comunica con un solo sentido, anulando el placer de los demás; los hechos que se ven pero no se oyen son nonadas, técnicas de cercanías lejanas y de lejanas cercanías. Maravilloso aparato para prestar ayuda y solicitarla, pero aniquilador uso del que abusa de la usanza.
            Móvil movido de sitio, escondido, apagado o encendido, callado, sofocado, en orejas pegado o posado en la mano cual carroza abierta paseando; orgullo de último modelo, de rizados saberes, de aperturas agrandadas, de sonidos deseados, de...,.

            Chindas, un mundo el de hoy que, de ser pintor, plasmaría en un lienzo con una sola imagen: una oreja enrojecida paseando por esta fábrica de interlocución. Rín, riín..., esta vez es mi pequeño portavoz: “el COI ha hablado”, apago y miro a las nubes y a la calle; empiezan a abrirse paraguas bajo los cuales aparece un nuevo escondite. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

LA CAÍDA DE LOS CHOPOS

Hace apenas veinte años que la ilusión vistió la llanura; el paisaje mudó el erial en frondoso nido de esperanza. Llegó la primavera posándose en el débil ramaje de los jóvenes chopos; pajarillos retornados piaban alegres en el esbelto tallo de su atalaya. Arboleda señorial se presagiaba y en sus márgenes acariciaba ya el paseo de dueños y ajenos. Sombra llena de luz mecida, paraíso de mariposas multicolores y frágiles, refugio del polvo del camino, sostén del rocío matinal, mirada limpia al infinito.
Años de mimos, riegos, vigilancia amorosa a vuestro crecer callado; el pueblo respira el oxígeno de tan magnífica fábrica y recrea ufano la mirada en el verdor que pende de las ramas. Todo esto queda atrás en este último día de agosto cuando caéis rendidos al murmullo cantarín de la sierra que os tala para caer en brazos de la púa mecánica que os acoge para apilar en hermandad obligada todo lo que habéis vivido junto a nosotros.
Chopal, álamo ya sin alameda, devastado poblado de las aves que emigran de nuevo dejando en el olvido ese juego entretenido entre hojas cruzadas, entre espacios parapetados y escondites gigantes en la imaginación volátil. Mirando tus troncos yacentes me pregunto por vuestro destino futuro, ¿dónde mirarán tus ramas si el amanecer no las balancea, dónde se colorearán las hojas si la savia no las pinta de ese verde primavera? Entretenido enigma que cristaliza para no caer de los ojos que miran el pasado y el futuro entre chirridos de impacto en el suelo. Remolinos de agua.
Caen los chopos uno a uno en despedida lenta y sin pausa; vuelve el horizonte a aflorar en la llanura con su raya marcada en la lontananza que une al cielo y el sol, esta vez, brilla a ras de suelo. El plantío que al otro lado del camino estaba enamorado y comunicaba sus amores a la chopera a través de las palomas del palomar del huerto que la limita, ha dejado de soñar hoy el imposible sueño de amarse.
Vaivenes, de brisas azules se escapan, en la caída,mientras recuerdo al gran García Lorca: Eran tres. Vino el día con sus hachas. Eran dos. Alas rastreras de plata. Era uno. Era ninguno. Se quedó desnuda el agua.