jueves, 23 de diciembre de 2010

Iglesia laica y comunera

Cuando volvemos de nuestro paseo, antes de entrar en el corral, me gusta, para desesperación de mi socio, dar una vuelta por las calles ya que siempre surge alguna novedad. Aunque en el pueblo por estas fechas invernales no residan más de una docena de personas, también él se adorna con motivos navideños: un gran panel del nacimiento en la pared de la iglesia y casas engalanadas con estrellas, árboles y lucecitas multicolores. Todo obra de los vecinos y visitantes sin costes para el ayuntamiento.


Fuera de ámbitos como este, sencillos, la navidad es una explosión de adornos, de música, de color, de luces; un derroche de regalos, de comidas, de espectáculos; una oferta portentosa de artículos en tiendas y en grandes almacenes. Toda la parafernalia navideña, y, aunque para algunos bajo ella aún palpita la celebración religiosa, para muchos la navidad es solo eso.
Es la condición humana. Una boda, un cumpleaños, un fin de carrera se miden más por el jolgorio que les acompaña que por el acontecimiento en sí.
Aquí tenemos a nuestra Iglesia, que se llama jerárquica a sí misma, es decir gobernada por los consagrados, por los que han recibido la consagración sacerdotal. Este orden sacerdotal aparece como un grupo diferenciado, como los tres estamentos medievales, con diferentes funciones y derechos. En la Iglesia serían dos grupos, el clero y los laicos.
Esta casta sacerdotal sí existía en la tradición judía, perteneciente a una determinada familia dentro de una tribu y consagrada al servicio del templo
Nada más lejos de los Evangelios. Jesús predica a todas las gentes y elige a sus discípulos entre la gente sencilla del pueblo. Sus seguidores forman el pueblo de Dios, la Asamblea Santa, es decir la Iglesia, y no se requieren templos, pues donde están dos o más reunidos en su nombre, allí está Él en medio de ellos. Al descampado, debajo de un árbol, una casa o una sala, pueden ser el lugar de la asamblea. El edificio, si existe, no es más que la casa del pueblo de Dios, pues Él no necesita casa.
En el nuevo testamento, solo Cristo aparece como sacerdote, pontífice o puente entre Dios y los hombres y los bautizados en Él, el común de los fieles, participan del único sacerdocio de Cristo.
Por eso se puede afirmar que el pueblo que forma la Iglesia la hace laica y comunera, como es apostólica, porque eligió entre sus discípulos a los apóstoles, y les mandó anunciar la buena nueva del Reino y a ser testigos de su muerte y resurrección, bautizando a los que cambiando de forma de pensar creyesen, confortando a los hermanos, perdonando los pecados y celebrando la eucaristía.
Hechos y Cartas de los Apóstoles nos muestran como estos eligieron a obispos o vigilantes de comunidades que mantuviesen y continuasen su misión. Los ancianos o presbíteros participaron en esas tareas apostólicas y delegaron en los diáconos las tareas materiales de atención a las necesidades de las comunidades.
La forma que tenían estos discípulos para dedicarse a estas tareas apostólicas era la de su selección, la imposición de las manos y el envío a la misión encomendada. Parece que no hay ninguna unción para ungirlos como personas sagradas. ¿Qué más sagrado que haber sido incorporado a Cristo por el bautismo?

La Iglesia es pues laica, comunera y apostólica.

Jerarquías consagradas, templos, altares, vestimentas y ornamentos, artículos litúrgicos, rituales, consagraciones y ceremonias no son más que parafernalia de nuestro cristianismo, a veces muy bella y que pueden ayudar a las vivencias de la fe de forma positiva, otras la distraen y cuando esta parafernalia se convierte en el fin, en el objetivo, nos pasa como con la parafernalia navideña por la que la navidad deja de ser una celebración cristiana, se hace mundana. Puede que hayamos creado una religión a la medida del hecho mundano, olvidando la radicalidad del anuncio de la buena nueva.

Con todo, desde Requena nos unimos a la parafernalia de las felicitaciones navideñas:

¡Feliz navidad!

3 comentarios:

  1. Cualquiera que haya visto la parafernalia que se monta en torno a los jerarcas de la Iglesia Católica, será incapaz de reconocer en ella a la comunidad de fieles que Jesucristo quiso que fueran sus seguidores.
    Cualquier parecido entre esa "iglesia de la jerarquía" con la verdadera Iglesia de Cristo,es pura coincidencia.

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  2. Hay un dicho italiano que viene muy a propósito de la refelxión de Chindasvinto: "Roma veduta, fede perduta" (Vista Roma perdidad la fe).
    Ahora con la TV y con los viajes del Papa y los obispos, ya no es necesario ir a Roma para, ante el lujo y la falta de caridad de estos, o al menos las apariencias de ello, perder la Fe.

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  3. "Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Pdre que está en los cielos" (Mt 18,19)
    "Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)
    ¡Y se creen imprescindibles!

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