Acabó el verano y con él la
soledad llega con su maleta cargada para almacenar en el baúl los trajes de la
alegría infantil y juvenil.
Mientras recorro las calles
vacías, oigo el silencio iluminado por la luna. Una nubecilla se coloca a su
lado queriendo salir en la foto de mi mirada. El cierzo, celoso del color de
las flores que penden aún de las ventanas, rapta a algunas dejándolas caer, en
pleno vuelo enamorado, marchitas al borde de las aceras. Veo sus pétalos
doloridos entre el polvo de una obra vecina. Las estrellas rilan sus diminutos
rayos embelleciendo la noche.
Llego a casa, corro el cerrojo de
la puerta quedando trancada ésta dando seguridad al reposo. Una paz sin
parangón mece el sueño de todos los vecinos. En el patio, Chindas cela la
noche.
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