jueves, 10 de octubre de 2013

LAS MANOS

     Es frecuente oír decir “qué inteligencia, qué cabeza tiene, qué corazón tan generoso, o es un atleta maravilloso, o un músico con un oído extraordinario” y así se van desgranando esos aspectos llenos de dones del ser humano y... las manos ¡qué! No es que quiera que nos fijemos en su estética porque todas, alargadas, rechonchas, cuidadas o descuidadas, son algo más que simples figuras decorativas de nuestro cuerpo.
            Las manos son el compendio de todos los valores que poseemos. Ellas son las primeras portadoras del recién nacido, las que acarician, las que sirven indistintamente al rico y al pobre. Creo recordar de algún escrito de San Agustín en el que sitúa a las manos en el vértice de la caridad, observando que si el cerebro registra que te has clavado una espina en un pie, por ejemplo, inmediatamente las manos acuden a auxiliar a la zona herida; su atención es tal que no escatiman en esfuerzos hasta aliviarla; así una y otra vez tantas como sean necesarias su disponibilidad es algo digno de mención. Un apretón de manos de saludo amistoso, nos transporta a la esfera del sentimiento, al agradable reencuentro con la armonía. Si nuestro pesar es grande y las lágrimas fluyen sin cesar, ellas, las manos, acercan ese pañuelo de comprensión y cercanía que comparte y quiere secar las mismas para alivio de los ojos y del espíritu.
            Manos encallecidas por el trabajo que alimenta la familia./ Manos que sostienen la debilidad del anciano,/ manos débiles de niños que se aferran a las del adulto buscando seguridad,/ manos que acarician dando sosiego./ ¡Cuántos adjetivos podemos aplicar a estas extremidades tan poco valoradas! Piensa en ellas, querido lector, y alaba conmigo este regalo tan estupendo que nos ha sido dado.
            Cuando las alabanzas que mi mente elabora para escribirlas quieren ser un cántico, leo en la prensa la cara oscura de esas otras que sólo sirven para envenenar, portar armas, maltratar … ¡Ay Chindas, mi perro amigo!, afortunadamente tu sólo conoces la suavidad de su tacto sobre tu lomo y, aunque pueda hablarte de violencia, tu mirada no es capaz de captar ese desatino. Terminemos hoy nuestra página deseando que a partir de hoy todas las manos del mundo sean, como dice el cantar, palomas de la paz.


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