jueves, 14 de noviembre de 2013

FILIPINAS: el huracán Yolanda

       Chindas, no insistas ni rabees a mi alrededor, es día de caza y no puedes salir a correr por el campo, ni siquiera por el pu
eblo, que te conozco bien y un gato o una liebre aceleran tus neuronas. Hablemos pues del huracán que ha azotado estos días Filipinas. Sé que a ti te suenan muy lejanas y desconocidas esas islas que forman un gran archipiélago más próximo a China que a España, desde luego, pero como somos amigos tienes que escuchar mis pensamientos como yo pretendo participar de los tuyos.
            Eolo, enfurecido con Neptuno por aquella partida de mus que le hizo quedar en ridículo con sus amigos, ha empleado su poder lanzando contra él todo el veneno que sus pulmones almacena sin medir las consecuencias que a terceros afecta, en este caso a los habitantes de esa zona.
            Lágrimas de estrellas que a voces piden bajar del tobogán de la furia del viento y el mar/; manos invisibles se aferran al dolor estrujando aún más su desesperada huida.
            Páginas con imágenes doloridas nos llegan con la noticia, gritos de escombros sepultando esos otros que silenciosos quedan. Búsquedas del cariño perdido en la confusión, brazos en alto reclamando sosiego, pisadas tambaleantes en el vertedero en que se han convertido sus casas y calles. Dolor con mayúsculas que trae y lleva sin rumbo a salir del infortunio. Desde la distancia sentimos la impotencia para detener a esos dioses del Olimpo y lamentamos lo sucedido uniendo nuestro pequeño esfuerzo en solidaridad con los humanos afectados.
            Sí, Chindas, el corazón de nuestro ser puede ser cruel, egoísta, falto de sensibilidad en todo aquello que nos contraría como en este dios del viento, pero también posee la bondad, mansedumbre, generosidad... y, sobre todo, la capacidad de amar en la cercanía y en la distancia.
            Miles son las victimas de tal tragedia y los supervivientes necesitan alimentarse, vivir.
            Islas con dolor acumulado, multiplicado, el mar borró sus orillas, las playas dejaron de ser gozo y solaz, el cielo ocultó su belleza tras la furia del aire. ¡Ay, efímera estancia perecedera del placer! ¡Ay, niños, cuya risa se arrastra intentando encontrar una mano que les devuelva su crecer fuera de esta mutilada infancia.!

            Lloran las islas las sonrisas idas, las ilusiones anegadas, el cántico desoído, el vivir recreado. De la triste realidad brotará de nuevo la esperanza y emergerán los corales hasta alcanzar la cima y el sol iluminará su belleza balanceándose en las cañas de azucar.

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