Hoy amigo Chindas, en vísperas de
la Navidad y las vacaciones, los medios siguen mostrándonos la furia de los
vientos y las olas del océano que vuelca pateras, traga sin piedad emigrantes y
las costas se llenan de esfuerzos vanos. Volvemos a aquella conversación
nuestra del mes de febrero titulado FIEBRE DEL ORO.
Aventura
idealizada por esa cultura del bienestar en otra parte, en otro continente.
Espejismos del desierto del hambre que presenta la mesa en un oasis que no
existe para los pobres del mundo, africano generalmente. Movimiento bajo los
pies, hacinamiento en el corazón de la patera, calor humano en la noche y ojos
expectantes siempre fijos en el horizonte. El mar es más inmenso de lo
previsto, días de frío y esperanzas en ascuas mortecinas, llega el oleaje a
desatar miedos a asir con fuerza lo que sin fuerza apenas se sostiene. A lo
lejos se vislumbra un atisbo de tierra, emoción ante la luz de una cerilla en
la oscuridad.
Esta
vez setenta son las víctimas inocentes que se adelantaron al 28 de diciembre,
el Herodes de la época es la injusticia social en sus países, en todos los
países del mundo. Guerras de ambición de unos pocos, sacrificio de muchos.
Un
leve rubor, cual neblina pasajera nos mueve por dentro cuando suceden "a
distancia" estos hechos. Nuestra comodidad oculta el dolor ajeno y dejamos
que sean los gobiernos los que pongan freno a la humanidad que emigra. El mundo
rota en torno al sol y éste calienta cada día unos países y en su giro se
detiene en algunos más tiempo que en otros, pero a todos les llega su luz y el
agradable chal para cubrir los hombros. La tierra fértil adolece en algunos
sitios de agua y los vivientes del lugar se ven obligados a dejar su cuna, sus
costumbres y su familia. Política del reparto indiferente a estos lugares con
riqueza en sus entrañas pero vacíos por la desigualdad.
Teme
la madre la sequía de su cuerpo para alimentar a su hijo, el joven la opresión
de esa esclavitud que mina fuerzas y altera el cerebro para huir. Cada
"difunto" de la patera tiene su historia, sus anhelos de ser humano
que desea reír, de ser uno más en el colectivo del mundo aportando sus brazos y
esfuerzos.
Color
de café en su piel y ojos grandes que acompañan a la sonrisa siempre abierta a
la bondad que se cruza con ellos. Dolor en el vuelco de la barcaza, esfuerzos
inútiles por asirse a la vida atrapando manotazos de agua. Un sorbo más de
sabor salitre y la eternidad les viste de amaneceres inalcanzables.
En
su tierra tardarán tiempo en conocer su desdicha, las ilusiones y esperanzas
les llegarán como harapos abandonados. Lágrimas de incomprensión, se llevaron
sus ahorros, prometieron volver o mandar bienestar y con la noticia publicada
como dato simplemente el cielo vuelve a ser
privilegio de unos pocos y el mar la barrera traidora que detiene sin
vallas las ilusiones.
Gobiernos universales que en elecciones prometen, mirad
la estampa del mar hundiendo la vida, entrad en las casas de la miseria y
compartid si podéis ahora vuestras ansias de bienestar.
Silencio en la sima de la noche, gritos de supervivientes
en el aire.
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