Chindas, ayer oíste el
sonido de las campanas como un eco lejano, queriendo traspasar las fronteras de
esos 105 años de existencia. El último árbol centenario de la localidad ha
dejado este paisaje nuestro, vacío sin su presencia; generación longeva la suya
en Requena. Con ánimo y lucidez total estaba al tanto del devenir de la
localidad y su presencia en días festivos llenaba de aplausos su sonrisa.
San Isidro como patrón de los labradores, este año echará en falta el humo de ese
"farias" de la sobremesa festiva. La tierra queda yerma a su lado y
el surco, huérfano de raíces, lamenta su partida.
Salimos
a pasear como cada día y el horizonte se hace más lejano, nada detiene la
mirada, la sombra del árbol centenario desaparecido, no tiene donde cobijarse y
se ha hecho sol, llanura, soledad rodeada de espigas amaneciendo.
El
agua del Canal sólo refleja cielo y ondulación delicada y respetuosa; bajo
ella, los pececillos siguen sus ejercicios diarios de supervivencia.
Ajeno
estás Chindas, a los sentimientos del adiós sin retorno y correteas
olfateando el paso de las aves que anidan por estas fechas en los humedales o
de esas liebres y conejos que huyen de tu presencia. Me gusta verte feliz
mariposeando con otros caninos que te encuentras seguidos de sus amos. El bozal
te molesta y vienes para que te lo quite, sabes que tu rebeldía a entrar en
casa al regreso dando paseos interminables por las calles del pueblo impiden tu
libertad en el morro, para que ningún vecino se asuste con la formidable
presencia de tu raza adulta.
Mi
mirada se pierde en el infinito recordatorio de aquellos seres queridos,
longevos también, que dejaron sus huellas enraizadas en esta alameda hoy vacía.
Aleteo de pajarillos buscando la anécdota donde posarse,
trinos desperdigados entre las hojas caídas, lluvia derramando suspiros.
Coronas con cintas y flores reposan al lado del último
huésped de su casa.
¡105 años! Feliciano, que la
plenitud de esa otra vida llene de bienestar tu existencia.
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