Hace unos días los relámpagos y
truenos te tenían atemorizado, querido Chindas, y tus ¡guauuuus! retumbaban en
esa noche en que los responsables pergeñábamos el programa de los actos, en las
fiestas locales de San Miguel "el veraneante". Tal vez el nombre te
resulte un interrogante, pero has de comprender que sólo en agosto, el pueblo
se llena de gente que viene a pasar el verano a la paz del mismo y en septiembre estaría subido a su
peana, en el altar, quedando su memoria olvidada; de ahí el cambio de fecha de
su festividad y el apodo.
Patrono
local, al que los antepasados nuestros honraban tras recoger la cosecha,
festejando así el descanso tras el duro devenir del trabajo de siega, acarreo,
trilla y bielda, almacén y molino. Pan ganado mirando al cielo, para que éste
no se lo arrebatase antes de poseer su corrusco.
Sí,
como decíamos antes, el cielo se enfadó y apareció la tormenta. Los truenos
voceaban el enojo de las nubes y éstas derramaron lágrimas abundantemente. Los
girasoles, único fruto alzado, se dieron su ducha de gloria llenando sus raíces
del néctar que les hacía crecer. Noche mágica de resplandores, llena de
desvelos y temores, de sábanas arrebujadas y colchas hechas un ovillo en la
mayoría de las alcobas, escondiendo la risa del amado que aprovechaba el susto
para abrazar con más fuerza a su pareja.
Tormenta
con tambores de cuero, con baquetas que golpean la risa del susto, con compaña
de jarana y juventud. Días precedentes a este San Miguel, una vez más
desapacible en el tiempo y vigoroso, cálido, en días sucesivos. ¿ Qué le sucede
a este Arcángel para ventear en demasía, llover o regalarnos frío, siempre en
dicha fiesta? Es verdad que cada vez es más profana la algazara pero... el cura
no dejó de cantar en la procesión y los vestidos regionales, más bien locales,
ponían colorido a su paso.
¡Quien
como Dios, nadie como Dios!. San Miguel Arcángel, caudillo de Dios, dirige los
pasos de este batallón... en voz en grito, en mi infancia y juventud,
coreaban las mozas y mozos de entonces. Ese batallón ha sido reducido y las
minorías apenas tienen voz y devoción.
Ya
ves, amigo Chindas, hace horas iniciamos el festejo y ya estamos otra vez
sumidos en nuestro cotidiano vivir como el trigo que reposa en las paneras y
almacenes. El dorado cabello de las espigas adormece en el silencio compartido.
Ya no hay truenos que hagan temblar su débil caña y el murmullo del aire las
visita por las rendijas de los bocarones o puertas, depositando el cálido beso
de su complicidad amorosa con la tierra.
Fiesta pasada, remusguillo en el
alma.
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