Cuando el blanco del folio me mira impaciente por ver lo que
voy a escribir en él, se me agolpan los temas de los cuales estamos saturados
los españoles.
No, mi querido Chindas, no vamos a caer en la tentación de
remachar el clavo de la política. Tú y yo vivimos en la lejanía, donde la
ambición no llega, donde nos examinamos las manos cada noche y siguen en su
estado natural mañanero tras la ducha.
¡Uf, el calor! ese maravilloso elemento tan agradable en
invierno cuando nos visita y tan molesto cuando es invitado a la fuerza y no
pone fecha de vuelta a su horizonte; muy al contrario, saca su paleta de pintor
y sigue y sigue acentuando los colores del verano. Sudor en el lienzo de la
vida que rechaza el exceso y baja las persianas dando a entender su incómoda
presencia.
Junto a la maravillosa claridad que nos aporta este sol de
“justicia”, está la sombra benefactora, refrescante, serena y acogedora. Muchos
adjetivos más se pueden añadir en un día tórrido, cuando divisamos un árbol
durante un paseo, cuando un alero te llama invitándote a cobijarte bajo su
tejado; caliente fachada con ese velo negro que mitiga el fuego de esta
estrella adosada durante horas a ella.
Ojos del astro rey mirando sin sofoco en el rostro ardiente
de su esfera. Ojos que no dejan que las lágrimas de las nubes refresquen la
tierra que en cada ocaso silencian tu luz. Viento con tímido vuelo acariciando
los brazos desnudos que esperan el frescor de la tarde.
En vano miramos los hilos de algodón que aletean por el cielo
con la esperanza de que se tiñan de oscuro sabiéndolas llenas del agua
esperado, pero… es ilusoria su preñez.
Chindas, tú a pesar del abrigo de piel que no te quitas
nunca, parece que el calor no te afecta, pero cuando te tiras al agua tras una
rata o pececillo, sales gozoso del chapuzón. Grato frescor que anonada al mismo
sol.
Me abanico con soltura
meciendo al aire, renglón de brisa gritando libertad de fresca serenidad. El
calor se retira por unos instantes y la esperanza renace vislumbrando el placer
de la lluvia.¡ Guauuu…!
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