Vista aérea de Requena de Campos |
Pueblo, sinónimo de lágrimas guardadas en pañuelo de tela por
las ausencias. Rompe el calendario en estas fechas, sus páginas de calles
transitadas, de charlas en el mentirón, en el bar o la plaza.
El silencio se acomoda tras las puertas cerradas, tras los
rincones. Grita el aire en el pueblo casi vacío y nadie escucha su llamada
festiva. Tras los cristales de las ventanas habitadas, una mirada furtiva
contempla el devenir de las hojas caídas del otoño. Vaivenes de la historia que
pobló con amor cada hogar. En la festividad de los Santos queda el recuerdo de
los abuelos que amasaron el pan de la familia, unas flores y el retorno a la
capital. Olvido.
Cuando los pocos habitantes que quedamos en ellos miramos el
horizonte que abraza el poblado, contemplamos con cierto impacto la amplitud y
libertad que circula por sus venas. Árboles desnudos mantienen las raíces
inamovibles del seguir existiendo a pesar del abandono, para renacer con hojas
frescas la próxima primavera.
Volverán los hijos al hogar paterno, se revivirá la
convivencia vecinal contando los avatares del invierno y, nuevamente, el pueblo
crecerá en habitantes y risas.
En las tierras labradas, aparece ya el verdor del grano que
germina. Cada año se repite la arada, la siembra…; se hacen mejoras en la
localidad para dar bienestar a los que retornan y así, año tras año, la
esperanza de su permanencia se acrecienta.
Junto a la comodidad y bienestar en los hogares, aparece un “SE VENDE” llenando de nostalgia la mirada. Luce el sol chocando sobre la
fachada en venta, cual beso maternal de despedida a los que se van y pone su
dorada mano en el pomo de la puerta para dar la bienvenida del futuro
comprador.
Pueblos marcados por el dibujo difuminado de sus huertos, de
sus palomares donde el currucucú de las palomas revoloteaba alegre; donde las
eras se llenaban de cánticos y de espigas. Cocinas que avivaban el fuego para
que la olla borbotease el cocido. Honradez en las gentes, palabra respetada.
Sudor en la faena, baño en el Canal…
El antes y el ahora apenas se conocen, se saludan por inercia
y educación estrechando la mano, sin valorar la suerte que tienen de que
alguien, durante nueve meses, mantiene y cuida el bello recuerdo de su infancia
o adolescencia. ¿Quién o quiénes abrazarán nuestros sueños de permanencia en un
futuro cercano, quién publicará los bandos o tocará las campanas y repartirá
sonrisas amables a los visitantes?.
Un ladrido despierta mi ensoñación, es Chindas que acompaña a
la noche en su peregrinar, señalando presencia. Animales de compañía y
vigilancia, gracias por estar a nuestro lado.
Pueblo de pueblos
diseminados, de noches estrelladas y tonadas musitadas al silencio, romances
del vivir en el rural ambiente de la soledad amiga, sois el tesoro histórico de
la vida en profundidad vivida. Como diría el poeta, que descansada vida la que huye del mundanal ruido…
Estos pueblos, queridos lectores, seguirán existiendo si
vosotros nos hacéis partícipes de vuestra presencia con asiduidad.
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