miércoles, 23 de mayo de 2012

Doctrinas


Entretenidos y un tanto jocosos contemplamos el cartel de la charca del Juncal, término de Lantadilla. En él figura el mapa con su ubicación, su extensión y una serie de cinco prescripciones. Así aparece el símbolo de prohibición y la acción prohibida y debajo su expresión lingüística, por ejemplo: prohibido cazar. Curiosamente bajo el cuarto símbolo de prohibición dice: no hacer ruido, y bajo el quinto: respetar la flora y la fauna silvestres. A mí esta última prohibición me causa gran ilusión ya que, si está prohibido respetar la fauna, tengo libertad para perseguirla.

Lo que causa mayor admiración es observar como en un lugar rural y alejado de concentración humana aparecen los grafiteros, que han garabateado el letrero.
Dicen los grafiti: Y los topillos qué? Las liebres qué? Confederación H.P. Veneno de la Junta, hijos de… Menos rollos y no verter veneno en los campos (Icona).
En estos grafiti aparecen, como latigazos, insultos llenos de rencor basados en afirmaciones que se dan como seguras.
Sobre esto cabe la reflexión de lo que pasa cuando determinados presupuestos se dan como doctrina de un grupo, convirtiéndose en verdad incontrastable, base del comportamiento al que deben atenerse las personas.
En estos casos las consecuencias son terribles. Las doctrinas religiosas han provocado la opresión de conciencias, enfrentamientos religiosos e inquisición represora dentro del mismo grupo.
Las doctrinas étnicas han llevado en defensa de la pureza de la raza aria a la eliminación programada de gitanos, judíos y deficientes o a la exaltación de la etnia vasca y su incontrovertible derecho a su propio estado, al terrorismo de ETA contra los que no admiten su doctrina, aunque sean vascos, y en este caso con mayor razón por ser traidores.
La doctrina económica comunista llevó a los delirios del estalinismo, que no dudó en la supresión física de los disidentes.
Y las doctrinas económicas capitalistas pueden habernos llevado, o nos están llevando, a la crisis que sufren duramente los más débiles.

En momentos calamitosos, como los presentes, buenas gentes creyentes, como parece ser mi socio, elevan sus ojos esperanzados a la doctrina social de la iglesia elaborada por el magisterio ordinario pontificio desde León XIII en el siglo XIX a Benedicto XVI en nuestro siglo XXI.
Craso error. El pensamiento de los papas puede ser sincero, inteligente y bien intencionado; pero al hacerse doctrina se convierte en un disparate, en un despropósito ya que la única forma de aplicarlo sería en una sociedad confesional que la impondría por ley con todas sus consecuencias de rigidez y enfrentamientos. Como esto, gracias a Dios, no acontece, esta doctrina fija e inmutable, es doctrina, se convierte en algo etéreo, atemporal, ajeno al fluir de la realidad social, es decir, es totalmente ineficaz.
No es misión del papa adoctrinar a los fieles en lo social, en lo político, en los económico, en lo cultural, en lo deportivo, sino que el mensaje de Cristo llegue a todas las gentes y anime a los fieles a que ese mensaje se haga vida, acción.
Son los creyentes los que han de reflexionar  y organizarse con los hombres de buena voluntad para dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y visitar al enfermo o preso, es decir  a hacer un mundo más justo, más humano.

Alienta el pensar que muchos cristianos actúan así y no esperan del papa ni de los pastores doctrinas sino, con el anuncio de la buena nueva, el caminar juntos, sabiendo que, como somos limitados, habrá errores y deficiencias y necesidad de rectificar, que sobran las doctrinas incontrastables.

Las doctrinas, aunque sean brillantes como el oro, son cadenas. ¿Hay que romperlas? Puede; pero, al menos, no hay que echarlas al propio cuello.

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