Un año más, Marcilla de Campos despide el carnaval con el entierro de la sardina. Los ojos vivarachos y frescos de la sardina nos miran con inquietante actitud. Sus escamas policromadas en la cabeza y agallas y el sombrero de copa, nos hablan de fiesta, de alegría, de convivencia con vecinos y allegados venidos de Palencia, Santander y del pueblo más próximo, Requena. Las escamas plateadas del cuerpo hacen guiños a la luz de las farolas.
Saludos mezclados de besos y apretones de manos, música celestial en el corazón, La Asociación de Santa María de la Cabeza, juvenil presidenta de los actos, miraba a través de esta falla, ese corro de manos entrelazadas y pies en movimiento. El tocadiscos pone sus notas al servicio de los oídos cantarines. Del lejano oeste, unas cuantas indias apaches, luciendo sus mejores galas, se unen a payasos de pelucas llamativas que se esforzan en animar el ambiente. Disfraces de creativa hechura y colorido van poniendo su nota de humor y algazara.
Sola y algo triste, la sardina descansa sobre un armazón, mira uno a uno a los asistentes, hablar quiere pero no puede, y con su mirada transparente nos dice su adiós con mensaje. Se avecinan días de reflexión y austeridad en el lenguaje cristiano, llevándose ella lo profano del desenfreno y el vicio. Símbolo a pie de calle que une y separa actitudes.
Pueblos que se niegan a desaparecer, semillas que florecen cada primavera, actividades sociales que agrupan la esperanza y dejan en herencia la unidad y la alegría.
Sabor de amistad conseguida a base de compartir solidaridad, entusiasmo, recreo y, en contra, oposición al carnaval que termina con esta fiesta una vez prendida la pira, no enterrada, explosiona y los aplausos la acompañan. Con algazara se comparte mesa y mantel. Ayuntamiento responsable apoyando a la Asociación. ¡Enhorabuena! por esta gestión comunitaria.
En la calle aún lucen las llamas, dando sus últimos suspiros sobre la espina metálica de la sardina, haciendo de su final un baile de tonalidades grises, negras y rojizas. En el aire flotan las pavesas esparciendo su débil alma por la plaza. La noche poco a poco va envolviendo las calles de silencio y calma.
Los coches empiezan a rugir en señal de despedida; los foráneos regresamos a nuestros lares con el paladar lleno de afecto. Marcilla, núcleo de brazos abiertos, ejemplo rural de solidaridad y concordia. Gracias.
Como bien dice Socorro nos negamos a que mueran los pueblos pequeños. Si nos unimos, aunque solo sea para celebrar una fiesta, seguiremos adelante. Habrá más ocasiones como esta. Gracias a los participantes.
ResponderEliminarFernando