Pasan
los días, amigo Chindas, afilando el sol sus rayos, lamiendo las gotas de agua
que retienen las raíces de las plantas hasta abrasar el corazón de éstas,
dejando un débil latido de existencia amurallado en su tiesto de barro.
Los geranios florecidos intentan
mantener a sus vástagos protegidos con su sombra de color hasta que el riego
vespertino alimente su alma de belleza natural. Abanico cerrado es el viento
plegado que sestea bajo un árbol, al lado del arroyo. Semana ésta que está
potenciando el orgullo del termómetro que da la nota más alta. Reseca y soleada
la hierba anhela el rapado de su melena para que sus brotes, débiles pinceladas
asidas a la tierra, respiren con avidez el paraíso del agua que en la fuente
cercana canturrea en libertad.
Días se siega y sudor, de luz
aposentada ociosa sobre el laberinto de cruces en caminos y hombros desnudos,
en balcones y jardines, libando el color
de las flores hasta marchitarlo, dejando el rosetón empequeñecido y
soñoliento. Poesía encerrada en cada
hoja, en cada pétalo, en cada capullo amaneciendo. Historia de vidas.
Nubes pasajeras se entremezclan
con bandadas de pájaros que trinan desde la altura haciendo guiños al sol y éste se muestra enojado
porque sus lentes aparecen moteadas. Visión
de montañas lejanas en tonos azulados y campos ocres de madurez,
aparecen en este paisaje real de nuestro entorno. Pergaminos escritos con luces
de renovación y calma.
Sed apagada mirando al cielo y recreando el
suelo, dan al atardecer el aroma del tiempo.
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