Querido Chindas:
Aún
resuenan en mis oídos los aullidos que emitías la otra noche por temor al
vendaval de viento y lluvia que azotaba al pueblo entero y más lejos. Los
árboles del patio temblaban ante el peligro de ser desgajados o arrancados de
cuajo. El sueño del descanso se sintió amenazado como topillo perseguido por
ti. Eolo, vestido de guerrero, luchaba enfático remedando a Don Quijote en su
lucha con los molinos. Derribar la placidez dejando latidos colgados en la
imaginación de cada vecino era sin duda el objetivo de este viento huracanado.
Las calles, temerosas de sufrir la descarga de su rugiente furia, rompieron a
llorar dejando a oscuras la vida de las luminarias.
Señalando
el reloj de la torre algo más de la media noche, el cielo se vio envuelto con
una capa raída de paño añejo y deslucido que dejaba entrever la mala saña de la
que estaba hecha. Nada importaron los ruegos de las estrellas y las aves
nocturnas para amainar su decisión de sobrevolar el espacio henchido de
dominación y prepotencia. Nada cambió al oír cómo se rompía el futuro de los
niños, el dolor empírico de los ancianos que presagiaban tormenta; él, el
viento, luchó hasta conseguir su objetivo levantando montañas donde sólo había
colinas y fronteras en los pasos libres de la unidad.
Fíjate
Chindas qué mensaje más desagradable y turbio vivimos en esos largos minutos de
desatino e incongruencia. El sentir de muchos ha sido aniquilado por el
"dictador" de turno que ha ganado voluntades a base de promesas ficticias
y romances monetarios. España, amigo mío, amanece tras ese episodio de aire
enojado y enojoso, con la herida abierta de una posible amputación, anunciada y
exigida. Mucha sabiduría y paciencia será necesaria para volver a la
normalidad, para que los crímenes ideológicos encuentren el rechazo de la
mayoría pacífica y de nuevo el alba recree nuestros ojos libres de legañas.
Con
la ilusión de que mis cartas serenen tus dudas y temores, por esta semana nada
más. Que la luna que empieza a crecer pacifique tu sueño e ilumine tus deseos
como los míos hasta gozar de su plenitud.
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