Apenas han pasado diez días del
terremoto que sumió de dolor a los ecuatorianos, llegando este sismo de
sentimientos a todo el mundo.
Vivir estos hechos es una
aventura jamás deseada, un suceso que afecta a otros, que duele de lejos pero
que emana emociones. Llanto en la costa, en la sierra, en el país entero.
Ilusiones rotas, hogares de construcciones sencillas que cobijaban el arrullo
del amor, todo, casi todo, hecho escombros. Casi, porque entre las lágrimas y
las despedidas que sostienen cadáveres, sigue habiendo bondad en las gentes,
solidaridad y súplica.
Vidas rotas entre los cascotes
que dejan asomar algún objeto entrañable, un murmullo de esperanza, latidos
inaudibles que se cree oír y, una vez más llanto en los corazones. En las
calles, los niños envueltos en la tragedia, suplican alimentos, se dejan
abrazar y errantes buscan una mano tendida que les de serenidad y cobijo. Cielo
azul entre los brazos que les acogen, protección desnuda que alienta su vida.
Su casa ya no tiene tejado ni
paredes, pero aún mantienen su infancia y juegan con trozos de imaginación,
ríen si los ojos de las cámaras se fijan en ellos para perpetuar su imagen.
Inocente pose de pies descalzos y ropas raídas. Pancitas redondeadas. Mujeres
con pollera de colores teniendo el corazón de luto, alimentan con fortaleza y
ayuno a los más débiles.
Recuerdos en mi mente de aquellos
años vividos en esa tierra de gran belleza, de vegetación exuberante, de
acogedor recibimiento. Suburbios y zonas rurales donde el afán de “aprender”
llenaba las aulas. Críos de guardería que a la hora de salida, se quitaban el
babi y la ropa limpia para ponerse sus desgastadas vestiduras porque eran más
suyas. Contraste de culturas con entrañable significado.
Ahora, pasados los años, siento
esa proximidad, parte de su dolor me traspasa y sé que alguno de aquellos
niños/as han sido víctimas del infortunio.
Claman al cielo, al “diosito” bueno, que les ayude. Flores tropicales
esparciendo el aroma de su resurgir tras la sequía. Balanceo de la tierra
hablando, voceando atención para los más débiles. Diálogo de conciencias,
presencias que se agradecen pero que no saludan más que a unos pocos…
Cuando tus lágrimas llegan al Pacífico, amigo ecuatoriano, las aguas se
tornan mensajeras, deja, pues, caer tus suspiros para navegar sobre ellos y
llegar hasta ti con el corazón abierto.
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