Cuando la mañana abre sus ojos y el sol se asoma por ellos
dando brillo a la tierra, un paisaje de alegría ilumina nuestra mirada.
El campo grita libertad ondeando la bandera multicolor de las
flores, de los espinos, de los árboles. Preludio de esperanza inundando de luz
y sonido del gorjear de los pájaros desde el páramo al valle.
Un rebeco joven acelera sus patas ante nuestra presencia,
mirando indeciso el horizonte hasta perderse entre los juncos que cerca del
Canal crecen. A distancia vemos con qué vanidad se mira en el espejo del agua y
bebe adentrando su figura en el placer que apaga su sed.
Cielo limpio de nubes tristes y llorosas como las que nos han
envuelto estos días pasados. El azul que enmarca la claridad aflora también los
escondrijos o madrigueras de los avatares políticos; el mundanal ruido rompe la
nitidez de los espacios serenos del amanecer.
Luz blanca, intensa y caliente. Acelerado trayecto del
espacio solar hasta tocar la espuma de la vida, la etérea existencia que
permanecer quiere entre lodos y vientos, entre gotas de lluvia y bufandas,
entre espejismos y realidades que atenazan el suspiro doliente de no poder reír
cada día.
Un par de cigüeñas “cascan el ajo” arriba, en la torre y
aletean haciendo filigranas sobre el nido. Se han despertado también con la luz
que invita a un nuevo día de plenitud. Desde mi ventana veo el humo de la
chimenea de un vecino, que sale corriendo, esparciendo su melena gris por los
tejados.
Qué gozo, amigo Chindas, saborear la sencillez de lo cotidiano en
nuestro pueblo, el nacimiento del alba y el ocaso de la tarde. Silencio
descolgado de los rayos solares sin zancadillas ni ambiciones, sin dobleces ni
manos avaras de dominios con el solo propósito de iluminar la vida de todos.
Utopía quizá de resplandecer gratuitamente.
Luz besando los
cristales con llamadas insistentes; ventanas oyentes al quejido de su voz se
abren de par en par dejando pasar su hermosura cálida. Luz escudriñando las
estancias de la vida, purificando el olvido hasta hacer presente el recuerdo y
la dicha.
En tiempos de penumbra conviene sacar a pasear el alma por
las alamedas de la esperanza regocijándola con la poesía que todas las cosas
poseen y nos regalan.
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