Rematando el año, hoy día de los Inocentes, reflexionamos con
cierta ingenuidad sobre todo lo positivo que nos aportó este bisiesto. Cual
monigote recortado en papel, su cara plana queda inexpresiva, sólo los brazos
abiertos cobran vida, aunque sus piernas en forma de uve invertida detienen el
paso.
Así ha sido 2016; de un papel cualquiera ha salido esa figura
jocosa aportando risas a espaldas de la realidad. Un año con el amargor de las
guerras, con huidas a horizontes lejanos, con balances sociales y económicos
llenos de inquietud.
Año también con nacimientos que aportan esperanza, brazos de
niños acariciando el futuro.
Ultimando las horas finales de diciembre, acudimos a
despedidas dolorosas, a ese adiós postrero que ennegrece los recuerdos. Seres
queridos que terminaron su etapa de peregrinaje dejando su mochila llena de
regalos envueltos en el cariño de una vida de entrega y generosidad.
Remembranza de hechos puntuales que dieron seguridad y ese punto de felicidad
tan necesario para vivir, tanto los niños como los mayores.
Nos han pillado las doce campanadas con la mente en este tema
y proseguimos hoy con el renacido deseo de un Nuevo Año con mejores
perspectivas. Risas atragantando las uvas son los últimos ecos del pasado y el
presente que se acomoda a nuestro lado. Abrazos de familia o de amigos
augurando dicha; cohetes de colores, fuegos iluminando la noche con cascadas de
ilusiones en la juventud, con brillo en los ojos ancianos admirando la belleza
de la pirotecnia.
Cogidos de la mano hagamos un círculo y que la unidad borre
las fronteras de la desesperanza, que el calor de los corazones deje sin efecto
las frías noches del dolor; que el año que comenzamos sea nuestra aportación y
heredad gozosa para el mundo que adolece de cariño y fraternidad.
Amigo lector, pon tu
mano sobre la mía y caminemos para que se haga realidad.
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