Como el tiempo no acompaña, y mi
socio ya no es joven, salimos menos al campo y el corral y el patiecillo son
los lugares de plática y cháchara. Últimamente viene llamándome noble bruto y
fortachón atrevido, dando a entender que una “pastora alemana” sería más
fina, elegante y atractiva. Como me suponía, todo anunciaba que nuestras
charlas acabarían hablando de hombre y mujeres y sus interrelaciones.
Los seres humanos tienen mucho en
común. Todos tienen dos piernas y dos hábiles manos; caminan erguidos y
disponen de un poderoso cerebro. Además de esta base física, disfrutan de un
pensamiento desarrollado, de una sensibilidad compartida y de una voluntad con
capacidad de decisión libre y de un querer de rectitud, justicia y búsqueda del
bien común. Y es que las personas no son ni lobos, ni lagartos, ni buitres, ni
tiburones (aunque cualidades no les falten)... ni ángeles, por supuesto. Son
seres humanos, con los mismos derechos e iguales deberes, con capacidades para
desarrollar los mismos disparates y las empresas más sublimes.
Así que se puede hablar con
propiedad de la igualdad de los humanos. Mas no es la única realidad porque los
seres humanos tienen sexo, unos con órganos que otros no tienen y a la inversa.
Además todos disponen de estructura ósea y muscular diferenciada. Hay
diferencias físicas reales entre hombres y mujeres; y además hay diferencias
psicológicas que van más allá de las físicas. Por todo ello, el varón es más
fuerte, más aguerrido, lanzado a la lucha o a la protección con empleo de su
fuerza física. La mujer goza de mayor finura y belleza, se presenta como más
atractiva, más seductora.
Diríamos que el varón practica la
seducción de la fuerza y la mujer la fuerza de la seducción.
Las diferencias de sexos no son
instrumentos de oposición sino de complementariedad, aunque estas diferencias
universales y naturales hayan evolucionado culturalmente llegando a extrañas
situaciones de dependencia y no de plenitud.
En la historia, el mantenimiento
del grupo y su calidad de vida dependía de que el varón se dedicase a labores
más exigentes de fuerza, como la defensa o la caza, los trabajos de músculo;
mientras las féminas cuidaban de la descendencia y del bienestar en el hogar.
Hoy los adelantos científicos y
tecnológicos aseguran la continuidad del grupo sin dedicarse por entero a la
lucha o a la reproducción y todas las actividades y trabajos las pueden
desarrollar cualquiera, al no depender de la fuerza que la va a realizar la
máquina, sino de la habilidad; y muchas de las habilidades las desarrollan
mejor las mujeres.
Las mismas capacidades de
inteligencia, de sensibilidad, de voluntad libre, de organización, de
dirección, de sentido ético y de responsabilidad permiten hoy la igualdad de
sexos y la evolución cultural también tiende a ello. Pero la realidad social
aún es diferenciada y si el varón considera que es superior por su fuerza
estamos en la exaltación sexual del macho y eso es machismo y cualquier abuso
de esa equivocada superioridad será violencia machista. Pero también si hay
féminas que se creen superiores por su capacidad de seducción de los tontos
varones manipulables debe considerarse hembrismo, y lo hay, aunque con menos
presencia y consecuencias menos funestas o, al menos, menos observables.
Reconocer que los sexos marcan
diferencias físicas y psíquicas es sabiduría vital siempre que lleven a la
complementariedad. Que las mujeres los prefieran recios, fuertes y atentos y
que éstos las quieran guapas y atractivas, insinuantes y seductoras es sano y
natural. Por lo que la pretensión de que todos seamos iguales no solo en la
pretensión de derechos, obligaciones y actividades, sino también en el uso del
lenguaje, en los modos o en los gestos es agobiante, aburrido. Y si esto
implica que la mujer hable, vista, gesticule y se comporte como un varón o que
suceda a la inversa, esto significa la permanencia clara del machismo y el
hembrismo.
Yo le digo a mi socio que
terminemos con una frase como ésta: "iguales en humanidad, felizmente
diferentes en sexualidad".
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