viernes, 17 de agosto de 2012

LOS JUEGOS OLIMPICOS DE LONDRES

Tú y yo mi querido Chindas poco sabemos de esos deportes de élite que se visten con medallas de oro, plata y bronce. Ingenuos campesinos seríamos si pensásemos en discernir sobre ellos; al fin sólo hemos sido meros espectadores del oído. A nuestro lado han pasado forofos que decían haber ganado tal o cual medalla y tu y yo nos mirábamos sorprendidos porque en ningún momento habían viajado allá donde la ilusión y el afán de victoria se hermanaban con la decepción si no conseguían su objetivo de triunfo.

En uno de esos días en que los medios se felicitaban por la gesta del jamaicano Usain Bolt, tú conseguiste la más inusual velocidad de dos competidores campestres. Con tu chapa de lata identificándote al cuello y tus patas apenas hollando la rodadera derecha del camino que limita con la margen del Canal de Castilla, perseguías ciego de esfuerzo y placer a una liebre que se regodeaba de tu sentido de orientación.

Chindas, mi fiel amigo, buscabas el triunfo, conseguir para tu orgullo subir al pódium y mirar a tu alrededor con la pieza entre tus fauces, pero… ¿quién perseguía a quién? La astuta y veloz liebre aprovechó una curva para despistarte y se colocó detrás de ti, luego buscó el lado que seguramente tienes más débil el oído y casi en paralelo te seguía a una velocidad increíble y tu despiste era aún mayor.

¿Quién no ha pensado alguna vez que el éxito de una empresa siempre se encuentra mirando hacia adelante y comete el error de no mirar de vez en cuando atrás?

Vuestra pericia en el arte de correr fue el mejor espectáculo que recuerdo: ¡una liebre persiguiendo a un perro! Una nueva encrucijada separó felizmente vuestros caminos y en el semblante emocionado de tu amo ha quedado grabada esta carrera, paralela a la olímpica, de dos grandes plusmarquistas nacidos para gozar de la fortaleza y astucia de vuestras cabezas y patas.
Así me lo ha contado y así lo cuento para recreo de los que aprecian estas cosas.

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