Chindas, hoy vamos
a ponernos en la piel del lienzo que soporta la imaginación del artista.
Brochas algo rasuradas por el uso se pasean aceleradas por su cara preparando
la base, leves cosquilleos que acicalan.
Semblantes de
colores empiezan a cubrir su tez blanca. Diminutos dedos de pelo ralo e
incipiente mirada alternan su coquetería con pinceles gruesos, con espátulas
que hacen daño. ¿Has pensado alguna vez que en las idas y venidas del maestro,
todos los utensilios hablan? La idea refleja ese alma que suspira y sale a la
caza de miradas nuevas y comulga con la admiración de muchos, con la crítica de
otros, pero tras ella se esconden murmullos de filigranas, lágrimas y risas
entremezcladas con trementina.
La espátula calla
hasta detener su impronta y habla, ¡vaya si habla!, al rasgar el iris y juntar
bruscamente vaivenes que rayan. Revuelve el espacio, las luces se escapan y en
las sombras que quedan el impacto se eleva y la obra se acaba.
La espátula es para
el cuadro como el dolor para el mundo, hace daño a la pintura detenida y la
cambia de espacio, del asentado bienestar del lugar y la forma. Ayes doloridos
aparecen en el camino pero sin esas sombras que se pegan a la luz, la vida
sería como la pintura, plana y sin los contrastes que embellecen el óptico
mirar del gusto.
El arte contiene
animas y calmas, embelesado asomo al firmamento que refleja toda la belleza
escondida a nuestro lado sin ser vista u oída por la masa que solo ve un
horizonte gris lleno de ocasos opacos. Enhorabuena artista, tu que eres capaz
de plasmar el color del aire, de hacernos llegar la voz del infinito placer, de
las maravillas que en tus manos caben.
Lienzo blanco
preparado y en gamas luego secuestrado/, hacer en él que relaja y calma/,
pintura que señorea los brotes que del tubo emanan cantando tonadas/, plasmando
sonatas.
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